Mi prima también fue operada de cáncer de mama hace ya casi 30 años. Resulta que su marido murió de cáncer de pulmón y a los tres meses le detectaron a ella uno de mama bastante agresivo. Le hicieron una mastectomía, le dieron radioterapia y quimioterapia, y al poco tiempo, tuvo una recidiva y volvieron a operarla. Es fuerte y valiente, muy valiente, lo superó de una forma como nunca había visto. Tras su segunda operación, decidió que no se iba a hacer reconstrucción. Esto le pasó a ella mucho antes que a mí, y se empeñó en enseñarme sus cicatrices, cosa que no debí ver porque, cuando me tocó, lo pasé bastante mal con aquel recuerdo.

Mi prima se compró su prótesis que solo se ponía para las bodas y demás eventos, le daba igual que se le notara que le faltaba una teta. Yo me reía con ella porque en la cazuela del sujetador se metía gasas que a menudo se le salían, y siempre andábamos diciéndole que se pusiera su prótesis, y su respuesta siempre era la misma: «A mí me da igual, si yo no voy a ligar con nadie, y eso me da calor y no lo aguanto».

Mi caso fue distinto.  No me daba igual, y me empeñé en reconstruirme, y así fue, aunque costó, pues mama radiada, mama estropeada. Se abría la herida, me operaron unas cuantas veces hasta que aquello agarró.

Andaba yo con mi expansor, y el cirujano me dijo que lo iba a ir rellenando poco a poco para que la piel no sufriera, ¡claro! Tampoco era cuestión de comprarse un implante, de modo que le dije a mi querida prima, que mira que es, que me prestara el suyo, la respuesta, os lo podéis imaginar: que si eso no se deja, que si se lo iba a estropear, que ella tenía una teta más grande que la mía, bla, bla, bla. Y yo, que soy bastante insistente, seguí. «Prima, déjamela, que esta tarde voy a salir y quiero ponerme un vestido, porfa, porfa». A  la tarde, llega a casa con una bolsa del Carrefour con el contenido que supongo que imagináis, me la soltó y dijo: «Toma, y cuidado con lo que haces que el sábado voy con mis amigas a cenar y me la tengo que poner».

«Bueno, tranquila» -le contesté-, «si te la rompo o te la pierdo, te la pago». Me fui a mi dormitorio y allí metí aquella cosa de silicona en mi sujetador. Mi prima llevaba razón, eso a mí no me valía, ahora tenía una teta más grande que la otra; me la quité y me metí mi compresa doblada (para más información, era una compresa de las que usamos las mujeres cuando tenemos la regla).

Era verano, caluroso, y había que disimular mi falta, ya tenía bastante con disimular la calva, había que meter algo dentro del sujetador para disimular la falta de mi teta, y probé con muchas cosas: una esponja recortada, hombreras, gasas, algodones, hasta unos calcetines doblados; todo acababa moviéndose, y por muy ancha que pusiera mis ropas, acababa notándose la asimetría.

Un día, fui al mercadillo de mi barrio, además de frutas, que es lo que suelo comprar allí, también venden otros enseres y ropa. Hay un puesto donde una gitana, simpática y buena persona, vende lencería masculina y femenina a uno y dos euros, me llamó la atención que tenía unos sujetadores con bastante relleno, y se me encendió la bombilla, si por un euro, compraba un sujetador, le recortaba las cazuelas y las cosía al mío, problema resuelto.

Andaba muy enfrascada buscando un sujetador de esos “sexis”, como decía la gitana, Pepi, quien se me acercó y me dijo: «Llévate este rojo y negro que está más bonito». Contesté que no quería estar sexi, que lo que quería era uno color blanco o beige para recortarle y meterlo dentro del mío, le conté que me habían operado del pecho y que me estaban haciendo una reconstrucción. Esto emocionó a la mujer, a su madre también la acababan de operar de los dos pechos y lo estaba pasando muy mal con los tratamientos. Yo le dije que tranquila, que eso no es tan malo, que pasaría, el caso es que me sacó un sujetador azul y otro rosa al que le habían robado los tirantes, y me los regaló, diciéndome esta vez ella un montón de piropos. Salí del puesto con unas bragas, unos calcetines y unas medias, además de los dos sujetadores sin tirantes, con un coste total de tres euros.

Al llegar a casa, cogí mis sujetadores, recorté las cazuelas, saqué los aros, coloqué una encima de otra, y las cosí al sujetador, y como quedaron tan bien puse otras en el bañador, esta vez no se notaba mi falta.

Recuerdo que llamé a mi marido y le pregunté: «¿Qué tal queda ahora?»

Él me miró y me dijo que no se notaba, que esta vez sí que había hecho un buen arreglo… El pobre me decía que comprara una prótesis aunque solo fuera por un mes… Me resistía a gastar tanto dinero, mi invento quedó genial.

Han pasado casi tres años, tengo mi pecho reconstruido, una prima que se ríe de mí cuando se acuerda de que le pedí la prótesis. Y, por cierto, ya ni se pone sujetador ni se pone prótesis falsas o auténticas para salir con sus amigas. Mi prima va a cumplir 80 años, solo le duelen los brazos, a veces mucho, a mí también. También tengo un cajón lleno de bragas, calcetines camisetas y medias, que compro como compensación a aquel regalo de mi amiga Pepi, la gitana que vende en el mercadillo. Su madre también está muy bien, todos los jueves le pregunto, ella me responde: «Mi madre está muy bien. ¿Y tú, prenda, cómo andas?». Siempre le digo que bien, y el jueves pasado me regaló una camiseta blanca que es una monada.

El próximo jueves, iré al mercadillo y compraré mis frutas y verduras, y pasaré por el puesto de mi amiga. Una vez pasé de largo y a la semana siguiente, me preguntó, un poco preocupada, le conté que no pude ir, no me lleva a ningún sitio engañarla.

Y pronto me encontraré con mi prima del alma, hemos quedado para hacer jabón casero con aceite de oliva reciclado, nos sale fenomenal, y limpia muy bien.

¿Por qué cuento esto? Pues porque mi vida es así de fácil, me llenan las pequeñas cosas y me hacen feliz, me conformo con poco, aunque a veces no es tan fácil, pero me gusta la gente y me gustan las historias de las personas sencillas.

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