¿Estamos preparados para morir? Es la pregunta que se hace nuestra amiga LVRll.

 

El otro día estaba en un hospital de una ciudad de Andalucía; acompañaba a mi madre, aquejada de una fuerte Neumonía. El próximo mes va a cumplir 92 años. Se dice pronto; 92 años, una vida casi vivida y gastada. Su mal, un mal que si lo cogen a tiempo, con unos días de ingreso, aerosoles, antibióticos y demás, puede recuperarse, y así ocurrió. Aunque se recuperó de la Neumonía, sus piernas dejaron de poder caminar, su tensión bajó de forma bastante notable y se ha convertido en un ser totalmente dependiente. En dos ocasiones me dijeron las doctoras que lo que tenía era sus 92 años, y que debía de prepararme para lo peor. Pensé: ¡Qué me están contando! Estoy preparada para todo, hace tiempo que sé que todos estamos aquí con billete de ida y vuelta.

Lo que más me llamó la atención fue que ella decía que todavía no quería irse, y así es, superó su Neumonía, está agarrada a la vida y lucha con todas sus fuerzas por sobrevivir. Mi madre no quiere marcharse aún, sé que no está preparada. Afortunadamente para ella, antes no tuvo ningún mal que la previniera de que la vida se acaba. Nosotros, sus hijos, tampoco queremos que de ese paso porque eso va a suponer cambios en la familia, ella es el tronco del árbol y nosotros las ramas.

¿Por qué escribo esto? Pues, porque yo también he estado en varias ocasiones ingresada en un hospital, donde ella no podía acompañarme, lo mío le cogió ya mayor. ¿Y para qué hacerla sufrir? No era conveniente que sufriera por mi enfermedad, y cuando le hablaba de ello, decía: «calla, no me hagas sufrir». Tampoco quise yo que se enterara mucho del tema, hubiera sido horrible verla lloriquear a mi lado. En dos ocasiones me advirtieron de que mi vida podría acabarse, recuerdo que la primera vez lloré a solas y la segunda apenas se me saltó alguna lágrima, solo pensé en lo que podría perderme de mi hijo y pensé que si esto llegase a suceder me gustaría que fuese rápido, sin ver a gente a mi alrededor viéndome sufrir. Cuando tienes a un familiar en estado terminal, lo mejor es dejarlo marchar; a mí no me gustaría que alargaran mi vida de forma artificial, dependiendo de personas que te aseen, que te alimenten por vena o que sufran al ver tu agonía.

Mi madre no camina, pero tiene la cabeza bien y quiere vivir, y yo la admiro, a veces pienso que tiene un gen especial que la hacer ser fuerte como un roble. El otro día, cuando estuvimos en aquellas charlas de autoestima de LVR, yo pensaba en ella. Curioso, mi madre tiene miedo a morir y yo estoy preparada, ella nunca estuvo enferma, nunca nos habló de la muerte. Las madres no preparamos a los hijos para despedirse de la vida, y sin embargo, los preparamos para que estudien, trabajen, formen un hogar… En definitiva, para sean felices, pero casi nunca le decimos a nuestros hijos: chico, vive bien porque algún día te irás.

Yo como madre, supongo que igual que el resto de las madres, no quiero ni puedo preparar y decirle a mi hijo que él también se irá. No tengo el valor ni de imaginarlo, pero la muerte está ahí, conviviendo con la vida, y en nuestro caso, (enfermos de Ca) luchamos por vivir, porque eso es lo que importa. VIVIR, y hacerlo lo mejor posible, y si la vida se acaba, que sea de manera digna y rápida. Eso es lo que yo pienso.

Esto no significa que yo haya tirado la toalla, ¡Ni pensarlo! Me quiero, me dedico cada día un ratito a mí misma, y hace mucho tiempo ya que cada mañana me despierto y pongo el pie en el suelo, en el suelo de este mi mundo que no me disgusta porque tengo la suerte de convivir con personas que merecen la pena,  y pienso: hoy parece que todo irá bien.

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