Hoy nos habla el Dr. Javier de Castro Carpeño
Factor Humano
Llega el momento, mucha esperanza, mucho miedo, necesidad de noticias buenas pero temor a las malas, tormenta de opiniones, consejos, visitas desesperadas, internet y, al final, esa terrible enfermedad que se ha cruzado en nuestro camino…
Enfrente, tú, ¿demasiado joven?; usted, ¿demasiado mayor? Me hablas, intento adivinar en tu tono, en tus gestos, en tu mirada qué opinión tendrás realmente de lo mío. ¡Tantas preguntas por hacer! Pero en el fondo, la que importa, ¿me curaré?, me da pánico hacerla… Contestas seguro pero hablas muy técnico; hay cosas que no entiendo, pero me da miedo interrumpir tu discurso… ¡Pareces tan serio! Ahora sí que entiendo más: pelo, vómitos, muchos análisis, muchas visitas al hospital, lo que me temía… Empezamos el tratamiento dentro de unos días, falta el resultado de una prueba, me dices que no pasa nada, y tu despedida busca tranquilizarme, darme esperanza. Han sido solo minutos, seguramente ya nos iremos conociendo mejor… Necesito que me comprendas, que me ayudes, que me entiendas, que me cures. ¡Realmente te necesito! Sin embargo, me impones tanto.…
Un nuevo paciente acaba de pasar por mi consulta. Creo que su enfermedad irá bien, ha tenido más suerte que otros. Sin embargo, estaba muy nervioso, me da la sensación de que ha entendido poco de lo que le decía; normal, les pasa a todos en su primera visita, ya iremos viendo. A ver si me llega pronto el resultado y podemos empezar el tratamiento cuanto antes…
¡Qué desastre! ¡Qué mal funcionan las cosas! Esto de la crisis nos está castigando demasiado: máquinas que se rompen de viejas, falta de personal, muchas esperas…; y qué decir de las restricciones para poner los nuevos tratamientos…¡Da igual! Soy oncólogo y adoro mi profesión, creo que no podría hacer otra cosa. Los que nos dicen que es un trabajo muy triste no conocen el auténtico privilegio que es ayudar a las personas en el momento más difícil de sus vidas. ¿Frustración? Pocas veces, sabemos de nuestros límites, vivimos al día, buscamos metas aunque sean cortas y tenemos los pies en el suelo, pero aceptamos los retos, los necesitamos. Aun así, acabamos agotados. Para nuestros enfermos somos imprescindibles, nos quieren en la consulta, en la urgencia, en la planta, si por ellos fuera, viviríamos en sus casas. Comprendemos su ansiedad, su desesperación, pero olvidan que somos humanos. Nosotros también sufrimos, también tenemos familiares enfermos, también nos esperan hijos en casa. Sí, es cierto, en ocasiones somos distantes, intentamos preservar nuestro espacio, tenemos que hacerlo por nuestra propia salud mental… O quizá nos da miedo establecer tantos lazos de afecto con aquellos que irremediablemente se nos van a ir.