estrés

El estrés es un proceso natural que responde a nuestra necesidad de adaptarnos al entorno.
El cuerpo humano genera una respuesta automática ante condiciones externas que resultan amenazadoras o desafiantes, que requieren de la movilización de recursos mentales, fisiológicos y conductuales para hacerles frente, pudiendo, a veces, alterar el equilibrio de la persona. El estrés puede ser positivo o negativo. Es positivo cuando el individuo interpreta que las consecuencias de la situación serán favorables para sus intereses, generando emociones positivas o agradables, como la alegría o el emponderamiento. Por el contrario, si percibe que dichas consecuencias van a ser desagradables o perjudiciales, el estrés será negativo, generando emociones negativas o desagradables, como la tristeza o el abatimiento. “En ambos casos, el estrés produce cansancio, activación fisiológica, agitación, etc.”, explica la psicooncóloga. Además, “hay numerosos estudios que demuestran que la estimulación crónica o excesiva influye sobre los mediadores de la interacción inmunoendocrina alterando los niveles de producción de glóbulos blancos. Es por ello que la evaluación y la manera de afrontar situaciones de estrés son relevantes por su impacto en el sistema inmune y, por tanto, en la salud”, señala.

Cómo afecta el estrés en cada individuo es un proceso subjetivo; depende de la valoración que el individuo realiza sobre cómo dicha situación afectará a sus intereses. Por lo tanto, una misma situación puede ser mucho más estresante para un individuo que para otro. “A su vez, los recursos de afrontamiento son valorados también por el propio individuo, que puede juzgarlos inadecuados, aunque realmente no lo sean. Este sesgo en la valoración de los recursos propios originará también una mayor reacción de estrés, una mayor sobrecarga y un peor aprovechamiento de dichos recursos”, dice Ruiz de Castroviejo. “Partimos de que tanto el diagnóstico de cáncer como el propio proceso de enfermedad pueden provocar una serie de desajustes en la persona afectada, desembocando en la aparición de algún tipo de trastorno emocional o adaptativo”. En consecuencia, “los problemas más frecuentes suelen ser los derivados del impacto de la noticia del diagnóstico de la enfermedad, la capacidad de tolerancia a los tratamientos (ya que dan lugar a efectos secundarios incapacitantes, como caída del pelo, vómitos, malestar, mutilación física…), la alteración del ritmo de vida (laboral, familiar, social…), la alteración de la imagen corporal, las limitaciones provocadas ante la amputación de algún miembro físico, las dificultades de comunicación que surgen con su entorno inmediato o los miedos existentes ante lo que puede ocurrir, etc.”. Todas estas repercusiones pueden llegar a provocar tanto en la persona afectada como en los familiares una alteración del estado de ánimo, desembocando en trastornos de ansiedad, cuadros depresivos, ataques de angustia, ataques de pánico, desesperanza, insomnio, anorexia, agudización de alguna patología previa, facilitar la aparición de alguna psicopatología enmascarada y múltiples síntomas psicosomáticos. “Todo ello se traduce en altos niveles de estrés y dificulta, por tanto, la puesta en marcha de una actitud de aceptación del proceso”.

Según la psicooncóloga, teniendo en cuenta que la enfermedad del cáncer hoy en día se sigue entendiendo como una gran amenaza, ya que seguimos asociando esta palabra a dolor, sufrimiento, deterioro, muerte…, las emociones desempeñan un papel fundamental en la adaptación a la enfermedad, pudiendo ser factores de riesgo o de protección. “El soporte emocional debería, por tanto, iniciarse en el primer momento del diagnóstico, trabajando las emociones que la noticia de la enfermedad conlleva, y de esta manera poder prevenir un mal manejo de las mismas que suponga un proceso adaptativo negativo a la enfermedad”.

El servicio de atención psicológica que la aecc proporciona a los pacientes oncológicos y sus familiares contempla, entre sus objetivos, facilitar el desahogo emocional y la comprensión del paciente, proporcionar pautas generales de afrontamiento activo de la enfermedad y mejorar la comunicación con el entorno inmediato, así como facilitar el manejo de las emociones negativas, el malestar asociado y la posible psicopatología comórbida. Todo ello, para facilitar el proceso de adaptación ante la situación que están viviendo, con el objetivo de mejorar su bienestar y calidad de vida. “En general, los pacientes y familiares necesitan la adquisición de las habilidades necesarias para una mejor adaptación a la enfermedad, minimizar las alteraciones emocionales derivadas del proceso de enfermedad y/o tratamiento y dotarse de recursos psicológicos para hacer frente a las alteraciones emocionales que se derivan de todo ello”, concluye la especialista.

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