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No todas las historias acaban con final feliz, o sí, todos sabemos que el cáncer es una maldita enfermedad que se instala en algunas personas y va minándolas por dentro hasta que acaba con ellas. Esto es así y hay que aprender a convivir con esta espada de Damocles para no hacernos mala sangre.   Quiero contar esta historia  porque me gustaría que alguien la leyera y sepa cómo fue el, mi amigo, mi hermano, mi profesor, el padre de tres personas a las que adoro y el marido de la mujer más divertida y diferente que conozco, vamos a llamarlo Pepelu.

Siempre lo conocí, o casi siempre y cuando formó parte de nuestras vidas, ya nos había seducido a todos, con su literatura, sus juegos de magia, su forma tan suya de ser.

Él que cuando se constipaba decía que estaba muy enfermo y se hacía unos vahos rarísimos, su mujer y yo no reíamos a escondidas porque le sentaba mal, decía que lo suyo era muy serio, ¡Pobrecito! Lo que le esperaba.

Pues bien, hace unos 4 años a Pepelu le salió un bultito en la rodilla, no le dio importancia, pero en una visita rutinaria a su médico de cabecera se lo comentó, al médico esto no le gustó nada y enseguida lo mando al especialista del Hospital Universitario La Fundación Jiménez Díaz de Madrid, lo operaron para quitarle “el tumor” (él siempre lo llamó así y así lo voy a llamar) y rápidamente, le dijeron que tenía un cáncer de piel, (Melanoma). Su familia se quedó asombrada, sin palabras, hasta que reaccionaron y hablaron con el médico, estaban dispuestos a llevarlo al último rincón del mundo que pudiera ofrecerle una solución. Los médicos le contestaron que podrían hacer lo que quisieran pero que estaba claro lo que tenía y que solo, de momento habría que esperar a la reacción que podría hacerle el tratamiento, un tratamiento con un medicamento llamado Interferón, el pobrecito empezó este tratamiento, que por cierto, le sentó fatal y decidieron cambiárselo por otro que tampoco fue eficaz, nada era eficaz.  Estuvo dos años luchando con la enfermedad hasta que se fue para siempre.

Durante el tiempo en que estaba con los tratamientos estuvo rodeado de los seres que de verdad le querían, y sobre todo de sus hijos, que nunca dejaron de hacerle reír, le hicieron la vida muy agradable, a veces pensaba que estos hijos eran capaces de bajarle la luna si el la pidiese, y ¡qué paradoja! Ahora si tenía motivos a quejarse porque realmente estaba pasándolo mal y jamás se quejó, si se sentía mal, se iba a la cama hasta que se le pasara. Recuerdo que en una fiesta maravillosa de cumpleaños, la última que celebramos juntos, me acerqué a él y le pregunté: ¿Cómo estás? Me contestó que tenía un tumor, que era malo pero que, bueno, la vida tiene un camino de vuelta y que si a él le tocaba irse, que lo hacía orgulloso de ser el padre de sus tres soles, y que hasta ese día iba a hacer todo aquello que los médicos le indicaran.

Durante el tiempo que estuvo con nosotros fue muy feliz, sus hijos y esposa le hicieron muy agradable la vida, asistió a cenas, teatros, acompañó a su familia, al pequeño lo adoraba y ayudaba todo lo que podía, a su hija mayor le enseñó un buen oficio que mantiene con un gran éxito, a su hijo mediano vio cómo empezó a brillar en su empresa, y a sus nietas, les enseñó tantas cosas que creo que en ellas está más vivo que en nadie. Y  para mi hijo se convirtió en su ídolo, le regaló tantas cosas, hasta un reloj que después de 3 años toca una alarma, como si nos avisara de que no le olvidemos, y no le olvidamos, él está con nosotros. Pepelu fue un valiente, acepto su muerte como nadie.

Sufrió muy poco porque lo llevaron a un centro de Cuidados Paliativos donde le hicieron más fácil su final.

Unos días antes de morir me dijo que tenía que enseñar a su mujer a hacer algunas cositas de la casa porque  iba a emprender su viaje de ida sin regreso, recuerdo que le dije: -no digas eso, me miró y me sonrió, en ese momento me di cuenta de que  ya no quería seguir luchando porque llegaba su fin, lo sabía y lo aceptó.

Y llegó su fin, su funeral fue como él quiso,  su recuerdo es mucho mejor de lo que pudiera imaginar, muchas veces nos reunimos, los que de verdad estuvimos con él, en las buenas y en las malas y recordamos sus cosas, sus palabras, sin dolor, con tristeza,  sabemos que, que no creía en el cielo, yo prefiero pensar que está en ese lugar donde habita el silencio, y si desde allí hubiese un agujerito para mirar, Pepelu mira cada día para ver a sus soles, y todos estos que tanto lo queremos.

De Pepelu he aprendido que todos tenemos un billete de vuelta, y que hay que aceptar que un día nos iremos, cuanto más tarde mejor, pero si por esta maldita enfermedad, tenemos que marchar, los que están aquí que no prolonguen la agonía y los que se vayan, que lo hagan aceptándolo porque así no sufrirán esas personas que se quedan.

 

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