Prohibido quejarse o la dictadura del positivismo Foto: Markus Spiske on Unsplash

 

“Superar” la enfermedad tiene un precio: el del eterno agradecimiento. ¿Acaso debemos estar eternamente agradecidas cuando el médico nos ha recetado ese medicamento para curar el catarro? ¿Debemos dar gracias por levantarnos de la cama tras la gripe? ¿Acaso debemos agradecer que yo hoy estoy curada de ese resfriado pero una compañera de trabajo sigue de baja porque ella no? ¿No os resulta ridículo? La comparativa no es equiparable, ni mucho menos, a lo que padecemos y sufrimos los pacientes de cáncer. Pero el ejemplo me sirve para que entendáis que agradecidas estamos, pero que no nos exima de poder quejarnos. 

Bajada emocional

Cuando acabé mi tratamiento, llegó la bajada emocional. Esa que tarde o temprano aparece. La gente de mi alrededor, amigos y familiares, no entendían el porqué. “¿Ahora que ya has acabado? ¿Ahora que estás curada? Tendrías que estar contenta”. Y a partir de ahí entendí que mis quejas, mis lamentos, para ellos, ya habían perdido sentido.

No verbalizar sus sentimientos

Desarrollé la habilidad de callarme, de no verbalizar cómo me sentía. Si me encontraba mal, me aguantaba. Tiraba y tiraba, hasta el punto de llegar al límite. Y eso no me beneficiaba en nada. Se instauró el silencio. A veces impuesto por los demás. A veces impuesto por mí misma. Porque cualquier queja se cortaba con un “puedes dar gracias”. Y como “Nada es más honorable que un corazón agradecido” según Séneca, pues a dar gracias por todo. Eh, y que nadie me malinterprete. Agradecida estoy. Pero entendí que la gente buscaba en mí el agradecimiento eterno para empatizar. Sí, sí. Lo que leéis. Porque era la manera de que los demás expresaran que entendían por lo que había pasado.  

Dictadura del positivismo 

Analizando todo volví a caer en la cuenta que esto formaba parte, una vez más, de la dictadura del positivismo a la que nos someten. Y leí que “Hay sólidos estudios que confirman que quienes practican el agradecimiento tienen menos síntomas de enfermedad, más optimismo y felicidad”, según Elise C. Prouxl. ¡Jopetas! Pues será verdad que no debo quejarme. Y es así como una va callando. Primero con los de alrededor, como he dicho anteriormente, pero después con el oncólogo. Debo dar gracias. Me duele horrores la cicatriz, el pecho operado y el brazo. Pero gracias. Estoy curada. Después con tu jefe. Gracias. Has conservado mi puesto y me das mi jornada entera sin opción a reincorporarme paulatinamente. “Da gracias. Tienes trabajo”. GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.

Verbalizar o no lo que sentimos 

Sí. Agradecer calma, aumenta la salud mental y el bienestar. Hasta ahí de acuerdo. Pero creo que el “dar las gracias”, en ocasiones, está mal entendido. Que el agradecimiento no anule la realidad. El no verbalizar continuamente un “gracias” no significa que seamos ingratos. 

Quejarse puede llegar a ser dañino

Es cierto que quejarse es un hábito dañino si nos regodeamos en ello. Yo evito quejarme. Intento no hacerlo continuamente. Creo que ensucia nuestro día a día. Así que intento solo quejarme cuando me lleva a una acción que mejore la situación. Y es lo que hace poco hice y expresé en las redes. Expliqué el porqué de mi descontento con mi última intervención. No me deleité en ello. Puse medios para salir de esa situación. Y logré ser escuchada y que mi cirujana accediera a rectificar un error. Pero antes tuve que dar gracias. Por estar curada, por haber sido reconstruida, por vivir. GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.

Así que ya sabes. Si te vas a quejar, que sea para moverte de la situación en la que estás. ¿No me das las gracias? Te he dado la clave.

Artículo dedicado a mi compi Cris de @godsavetheit y a todas mis compañeras que me animaron a quejarme para encontrar la solución.

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