Por Valérie Dana
Fotografías: Juan Martín | Maquillaje: Pilar Lucas
El arte corre por las venas de Cristina Domínguez. Soprano y pianista, también padece cáncer. De su talento ha nacido un disco, Canciones Singulares, en el que nos cuenta la vida, su vida desde el nacimiento hasta la enfermedad, pasando por el transcurso del tiempo. Mientras escribía esta entrevista, lo escuché en bucle y se me puso la piel de gallina, al igual que durante este encuentro que ha sido de lo más emocionante.
¿Cómo llegaste a la música?
Desde muy pequeñita porque había una gran tradición en mi casa. Cuando tenía 4 o 5 años, la profesora le dijo a mi madre que teníamos talento y cualidades para la carrera de música las tres hermanas y empezamos a tomar clases extraescolares con ella. Mi madre, que es una persona absolutamente maravillosa, con un gran tesón, siempre ha intentado fortalecer la formación que te dan en un colegio; además de solfeo y piano, hice teatro, baile clásico, aprendí idiomas.
¿Y dedicarte al canto, a un mundo que no debe de ser fácil?
El gusto por la música lo teníamos las tres, pero yo sentía algo dentro de mí, ni sé cómo explicarlo. Desde pequeña, iba por los pasillos cantando. Tomando clases de piano, porque empecé así, el profesor, que era un repertorista de zarzuela, me propuso hacerme una prueba de voz. Me dijo que era estupenda, pero que tenía que trabajar. Y allí empecé a cantar. Recuerdo haber escuchado en la radio la ópera Tristán e Isolda, y me quedé enamorada, profundamente consternada por aquello. Me identifiqué a esto y quise pertenecer a este mundo. Era lo natural para mí.
Subir al escenario es parte de tu vida. ¿Cómo viviste el parón debido a los tratamientos —supongo que los hubo, aunque sea solo suposición mía— tras otro por culpa del coronavirus?
Son dos preguntas, con lo cual voy a empezar por la enfermedad. Me diagnosticaron mi adenocarcinoma de páncreas en 2015.
¿Por qué consultaste?
Soy una persona absolutamente terca y trabajadora. Mi padre falleció en febrero de 2015 y, si ya no me encontraba especialmente bien, a partir de entonces caí en picado. Sentía que me había desconectado de la vida, como si de repente no tuviera pilas, una tristeza y falta de energía… Yo, que soy supervital, sufría para levantarme por la mañana. Resumí mi vida en cantar y dormir. En ese momento tenía mucho trabajo y pensé que daba demasiada caña a mi diafragma, que me dolía mucho, que algo hacía mal con la respiración. Me preguntaba si todos los demás estaban tan cansados como yo, pero no consideraba la posibilidad de estar enferma. Durante la primera quincena de agosto, tenía previsto organizar el Festival de Música de Santander; tenía que aguantar y lo hice. Consulté a un médico de cabecera y me dijo que tenía depresión.
Es maravilloso, cada vez que una mujer está cansada es culpa de una depresión.
Es verdad que estaba muy triste, pero porque veía que no era capaz de hacer nada. Para cantar, necesitas una gran fuerza física, un gran apoyo muscular, y veía que no cantaba como lo suelo hacer. Me recetó antidepresivos.
¿Los tomaste?
Sí y él me pidió hacer análisis. Al recibir los resultados, se los enseñé, pero él no vio nada. Tengo esta espina clavada en mi corazón. Conocía a un endocrinólogo, que miró los análisis y me pidió que los repitiera porque había una gravísima inflamación de uno o varios órganos. Todo eso en medio del Festival de Santander. Además se me produjeron varias trombosis, pero me diagnosticaron inflamaciones. Cada día me encontraba peor y mi marido me llevó a hacer ecografías: vieron las trombosis que son un síntoma claro de que algo no funciona en el páncreas. Al hacer una TAC, vieron lo que ocurría y mi marido, que tiene el don de frenar los golpes, me explicó que tenía un quiste.
¿Cómo reaccionaste al diagnóstico?
Me sentía tan cansada… Las fotos de mi sangre son tremendas, de color pardo, naranja. Me moría.
¿Pensaste que te ibas a morir? El cáncer de páncreas no suele tener buen pronóstico, y más aún en esta época.
Sabía que estaba desconectada de la vida y dije a mi marido que ya se había terminado, pero en el fondo de mi corazón nunca pensé que me fuera a morir. Tenía tantas cosas que hacer, mis hijos pequeños, tantos conciertos por cantar, tantos amaneceres por ver, que en el momento que comenzaron a darme el tratamiento, ya era diferente. Pensé que todo se terminaba cuando no sabía lo que estaba pasando. Eso es horrible. No tenía depresión, me estaba muriendo, y eso lo digo un poco enfadada porque eso no puede ser. ¿Cuando estás enferma es que estás deprimida? No, no.
¿Qué te dijeron los médicos cuando se inició el tratamiento?
A mí no, sino a mi hermano; la responsable del centro en el que empecé a tratarme le dijo que me daba tres meses y con quimio, un año a lo mejor. Los dos o tres médicos a los que consultaron además tuvieron la misma opinión. Todos ellos no tienen ningún tipo de empatía, no creen en nada que no sea la quimio y lo que ellos han visto científicamente comprobado durante su carrera porque son incapaces de ver nada más allá. Hay muchas otras cosas que pueden ayudar, pero ellos no se enteran. Hablo de tomar vitaminas, meterte en una cámara hiperbárica, terapia craneosacral, tomar pomelos durante las quimios, etc.
No tenía depresión, me estaba muriendo
¿Empezaste estas terapias durante los tratamientos alopáticos?
Sí, desde el minuto cero gracias a la ayuda de mis hermanas, porque yo no tenía fuerza. Nunca me ha venido a la cabeza dejar la quimioterapia, que consideraba inhumana, pero quise hacer algo más. Fueron 40 o sesiones de quimio de tres días cada una; la primera en el hospital y las dos siguientes en casa con un infusor que te enganchan con el port-a-cath, eso una vez al mes [se emociona y empieza a llorar]. Salía del hospital en silla de ruedas, me temblaba el cuerpo, con ganas de vomitar. Durante tres días recibes veneno puro en
tus venas.
¿Utilizabas estos tipos de terapias antes de caer enferma?
No, no lo hacía. No fumaba, no bebía, hacía ejercicio, me consideraba una mujer sana. Meditaba, iba a la psicóloga.
¿Se conoce la causa de tu cáncer?
A mí me da igual lo que digan los demás… Los artistas tenemos un nivel alto de sensibilidad, nos impregnamos y nos cargamos con los problemas que hay alrededor, y a veces no nos sabemos proteger. En mi caso, me ha pasado muchas veces. Me han hecho muchísimo daño. La muerte de mi padre ha sido la estocada final. Vivimos en un mundo lleno de egoísmo, de gente sin escrúpulos, vivimos en un momento horrible a nivel social.
¿El mundo del canto y la música es duro?
Muy duro, muy feroz, muy competitivo, muy traicionero y sobre todo con mucha envidia. La gente no puede controlar su envidia y sus egos. ¿Qué espacio tuvo la música durante los tratamientos? Cuando podía, cantaba porque me alimentaba el alma; la música, sus vibraciones, tienen un alto poder curativo. Intentaba recuperarme, viajaba para ir a escuchar a amigos artistas; llegué a cantar en el Teatro Real. Todo eso entre los tratamientos: la primera semana descansaba y luego estudiaba, trabajaba y cantaba la semana previa a la vuelta al hospital.
¿Tus médicos sabían que durante tus semanas de descanso recurrías a terapias de apoyo?
La médica que me seguía al principio estaba enterada, pero me desaconsejó tomar pomelo porque “no podemos calcular el efecto de la quimioterapia porque el pomelo es un conductor”. Pasé de ella porque no quería discutir. De todas formas, me parecía que su trato era como si fuera una especie de número inexistente; te tratan con una frialdad… La primera vez que me hablaron del tratamiento que iba a recibir, me daba la sensación de que esta señora me explicaba el tratamiento de belleza que me iba a hacer: un poquito de botox, un poquito de ácido hialurónico, esa es la sensación que tuve. Cero empatía. Ahora me sigue el Dr. Rafael Álvarez Gallego, que es increíble, empático, y que está conmigo de verdad.
¿Te sentiste muy desprotegida por los médicos durante esta primera parte?
Con esta mujer, sí; un día y otro también salía llorando del hospital porque no había ningún tipo de relación. Te decía las cosas de una manera tremenda. Cuando todavía tenía la regla, me dijo que no se me ocurriera quedarme embarazada porque desde luego el bebé moriría. Lo dijo de tal manera que te entraban ganas de matarla. Nunca le he dicho lo que pensaba, ni siquiera sé si sigue trabajando, pero no me pareció nada competente. Creo que deberían mirar mucho quién trata a las personas al menos en los inicios, pero también en el medio y el final. Tiene que ser una persona empática o al menos poner un psicólogo al lado. Cuando iba a ver en Barcelona a Tabernero, con el primer médico pasó bastante tiempo porque me daba miedo mover ficha. Tuve que buscar una excusa para salir de allí. Hiciera lo que hiciera, y aunque las cifras eran buenas, me iba a morir. No hay derecho.
¿Fuiste a ver a un psicólogo?
Ya iba porque siempre he dado mucha importancia al tema emocional.
¿Tu arte ha sido un apoyo?
Absolutamente. Y ha crecido. Durante el parón de mi enfermedad, intenté seguir haciendo cosas y evolucioné, maduré. Después de pasar lo peor de la enfermedad, mi voz está mil veces mejor que antes. Como ya no le tienes miedo a nada porque ya no tienes miedo a la muerte, te despojas de todo, de lo absurdo, lo artificial, y empiezas a cantar sin miedo y transmitir al público. Era mi único deseo.
¿En tu vida qué ha cambiado?
Todo. Intento observar más, tener más cuidado. Durante la enfermedad, he estado muy aislada del mundo en el sentido de que lo único que podía hacer era respirar y sobrevivir; todos los líos de hoy en día, los follones de la gente que viven vidas un poco grises, que dan importancia a cosas que no la tienen, pierden el tiempo, no se dan cuenta de que solo hay una vida, de que solo vas a poder decir a tu hijo que le quieres una sola vez, pues a mí el cáncer me ha hecho cambiar las ideas. Soy más condescendiente, más paciente, más tolerante, muchísimo más agradecida. Me he convertido en una mejor persona.
¿Y durante el coronavirus?
Tengo el privilegio de vivir en una casa con jardín, y he tenido la libertad de ver árboles durante este periodo. Además tengo un estudio de canto en mi propio hogar. Podía estudiar perfectamente. Y estaba con mis dos niños [se dibuja una enorme sonrisa de felicidad en su cara], estaba feliz. No viví la pandemia como algo horroroso, estaba feliz y con paz. Encima mi perra tuvo la camada en ese momento y me pasé muchos días sacando adelante a los cachorros.
A través de las canciones de tu último disco, hablas del transcurso de la existencia. En el Primer sueño relatas el nacimiento, la primera sonrisa, el primer grito. Luego, en Si te alejas abordas el amor, el abandono también. En La geografía de la piel, cuyo título es magnífico, evocas el paso del tiempo y, finalmente, en Por los ríos de mi cuerpo abordas la enfermedad. ¿Reflejan tu historia en primera persona?
Sí, las letras están basadas en muchas conversaciones que tuve con el compositor Joan Valent, quien las escribió y es amigo mío desde hace años. La idea ha sido contar una historia —no mi biografía— en la que cualquier mujer se pueda ver reflejada. El nacimiento que empieza con la percusión, el latido del corazón, la existencia de Dios, de la que no eres todavía consciente, el don de la música que
llevas dentro de ti; la segunda canción me hace pensar en una noche de juerga maravillosa con un hombre, que ves el amanecer, esta sensación de juventud, que crees que tienes toda la vida por delante con los sentimientos a flor de piel.
La tercera es que un día te miras en el espejo y te dices “madre mía, lo que estoy viendo”. ¿Es difícil envejecer? O, después de lo que has pasado, ¿lo vives de otra manera? Cada día se puede convertir en un regalo a pesar de lo que se ve… ¿Antes de la enfermedad te daba miedo el paso del tiempo?
Es cierto, antes de la enfermedad le daba importancia a cosas que en el fondo son absurdas. Envejecer hace parte del proceso; si no lo haces, es que no estás viva. Es verdad que la mujer está continuamente sometida a tener que parecer que tiene 20 años toda su vida. Eso es una tortura, es un esclavismo. Tenemos tanto que ganar con la edad. En mi profesión, hay ciertas audiciones y ciertos teatros a los que ya no puedes acceder —a no ser que estés en un determinado nivel— porque ya has pasado una cierta edad y quieren jovencitas, pero jamás van a poder abordar ciertos papeles con la madurez que requieren, madurez mental y física. Efectivamente le daba más importancia
a la vejez antes, pero ahora tengo tanto dentro, es como que guardo un secreto tan importante dentro de mí… He aprendido tantas cosas, me siento tan sabia como alguien que ha vivido 500 años.
Con la fuerza de una joven…
Estoy aquí y tengo toda la fuerza del mundo, gracias a Dios, por los tratamientos; y como me he curado y me han cuidado, tengo la oportunidad de estar aquí viva. ¿Quién pasa por esto, quién se sube a los escenarios, quién está viva? La sociedad de hoy es tremenda, todo son exigencias: tienes que estar perfecta, tu pelo maravilloso, tu cara maravillosa, tienes que ir al gimnasio, hay que hacer… Claro que hay que cuidarse, comer sano, moverse. Solamente tenemos un cuerpo para toda la vida, lo sé, pero no con ese ánimo de quinceañera o de señoras que tienen más de 40 y quieren aparentar que tienen 20. Tengo la edad que tengo. Tampoco voy diciéndolo con una pancarta, y estoy más que orgullosa.
Deberían mirar mucho quién trata a las personas, al menos en los inicios, pero también en el medio y el final
Dices “mi cuerpo se quebró”. Tu cuerpo es tu motor. ¿Notaste un cambio al volver al escenario? Hablaste de tu cambio de voz y ¿físicamente?
Esta frase es auténtica, mi cuerpo se quebró porque estaba siendo infiel a mí misma. No le estaba dando la atención y el amor requerido a la persona que soy yo misma. [Rompe a llorar.] Muchas veces somos muy exigentes, no nos queremos. No me quería.
¿Por qué?
Pensaba que no cumplía con los deseos de los demás. Siempre hacía cosas para salir adelante, para enseñar que valgo, pero tenía esta sensación de que decepcionaba.
Era una creencia tuya…
Sí. También hay personas que han cambiado de actitud.
Cuando cambias, los demás lo hacen también porque tu energía vital y lo que transmites son diferentes.
Totalmente. Era como un descontento perpetuo, una insatisfacción. Ahora cuando me pasan cosas malas y ocurren, intento perdonar, comprender y ponerme en el sitio del otro. Todos nos equivocamos, todos cometemos errores. No sé vivir si no estoy bien, con mi conciencia en calma.
“No lloréis ojos de mis ojos.” ¿Cómo lo vivió tu entorno?
Ojos de mis ojos se refiere a mis hijos de manera poética. Siempre que volvía del hospital, intentaba que mis hijos no vieran mi debilidad, mi dolor, lo mal que me encontraba. No quería dramatizar esto y, siempre que podíamos, nos íbamos por allí. Eran pequeños y nunca les dejé ver una escena horrible. Si me encontraba mal, subía a mi habitación o me despatarraba en el porche para que me diera el aire tras las quimios. Nunca me quejé, no lloraba delante de los niños. Necesitas tal fuerza para salir de eso [llora]… Solamente podía respirar, solo podía respirar porque es muy fuerte. A pesar de eso, me sentí segura por mi entorno.
¿Estuviste en contacto con otros pacientes?
En ese momento no porque, por desgracia, tuve varias pérdidas entre mis compañeras en el hospital. Y eso es horrible. Llamar a una persona que al día siguiente ya no te contesta al teléfono [se echa a llorar]. No quise hablar más.
Cuando te dieron el diagnóstico, ¿sabías lo que te esperaba?
La cirujana me dijo una frase que no se me olvidará nunca, “tiene un trabajito”. Si te lo dicen, no te lo crees hasta que estás metida en la primera, la segunda, la tercera sesión de quimio, hasta 40, más 20 sesiones de radio. Más que se te reproduzca tres veces, que se te caiga el pelo tres veces. Estos dos últimos años han sido más fáciles porque ya no tengo este tratamiento bestial a pesar de seguir tomando quimio de mantenimiento; es veneno pero, por la razón que sea, no me sienta mal del todo. Sin embargo, he sido ingresada cinco o seis veces y me tienen que operar otra vez. Lo que más me afecta es cuando la gente no comprende esta situación tremenda. La vida transcurre por un camino, pero tu vida está del otro lado. Mi realidad no es la misma que la de los demás. He salido del hospital en diciembre pasado para ir a cantar, y no es fácil. Me niego a quedarme quieta. Y para seguir adelante, necesitas una gran fuerza. •
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