Hace ya muchos años que me detectaron un Cáncer de mama, afortunadamente, solo me dieron 33 sesiones de radioterapia y me extirparon el bultito, el médico me dijo que mi Ca era el más bueno de los malos. Tras mis sesiones de radioterapia y un poco de recuperación, me dieron el alta; ya podía volver a mi trabajo. Yo era de esas profesoras interinas con un buen puesto en la lista de interinos, había aprobado sin plaza, y así me toco una sustitución de baja maternal hasta final de curso en la Comunidad de Madrid. Allí me presenté, con el curso empezado, en un lugar que no conocía.

Cuando llegué al instituto, me fijé que había dos salas de profesores, la de fumadores, llena de profesores y humo, (entonces se podía fumar) y la de no fumadores, más pequeña y más ventilada. Me asomé en la primera y nadie se dio cuenta de mi presencia, salí de allí y me fui a la sala de no fumadores, había tres personas que apenas me contestaron al decirles: Hola.

Ante aquella indiferencia, me senté en una mesa y saqué mi material, al menos podría mirarme algo de la clase siguiente. Pasaron tres o cuatro días y ya me acostumbre a mí soledad, pero, un día, se acercó a mí una compañera, quien tímidamente me dijo:

«Hola, ¿eres nueva, verdad?».

«Sí -le contesté, he empezado el curso en febrero, pero me quedo hasta final, sustituyo a una tal Elvira, que no conozco, ella me ha dejado por escrito todo lo que tengo que tengo que hacer con los alumnos, sin problemas».

«Elvi es muy maja, por fin ha tenido un hijo, ayer hablé con ella y está feliz -continuó hablándome. ¿Y tú? Yo sé que te pasó, espero que no te moleste que te lo diga, no sé porque necesitaba hablar con alguien que ha pasado por esto».

«Tú también has tenido cáncer de mama?» -le pregunté.

Con los ojos llorosos, me dijo que no, «¡ojala hubiera sido yo, fue mi hijo, mi niño querido, duró un año y se me murió de leucemia. Tenía 10 años, era un niño alegre, simpático y con muchas ganas de vivir».

Me contó que su hijo empezó a sentirse cansado, no le apetecía salir a jugar con sus amiguitos, estaba triste y extraño, lo llevaron a su pediatra y tras describir todos los síntomas que el niño presentaba, su pediatra les dijo que no se preocupasen, que posiblemente era debido al crecimiento. También habló de la posibilidad de tener algún problema en el colegio. Sus padres le dijeron al doctor que en el colegio no había problemas, al contrario, era un niño muy integrado y muy líder. Incluso alguna mamá había llamado a mi compañera para preguntar, porque su hijo le había comentado el cambio de actitud del niño. Entonces, dijo el médico, es posible que haya dado un estirón y se ha quedado un poco bajo de defensas, eso es todo, no le deis importancia. Y eso es lo que hicieron los padres, pasar por alto la actitud de su hijo, hasta que, unos días más tarde, el niño se cayó en el patio del colegio y se golpeó la cabeza. Estuvo un buen rato sin sentido, llamaron a una ambulancia que trasladó al niño al hospital donde le hicieron un montón de pruebas y le dieron la noticia a los padres. Esta vez, los citaron en un despacho del hospital, donde había tres médicos que le dieron el diagnóstico: el niño tenía una leucemia en estado muy avanzado.

Cuando esta mujer me estaba contando aquello tuve que hacer un esfuerzo muy grande para no llorar, imaginé que si yo estuviera en su lugar y fuera mi hijo el desdichado… no sé, ni imaginármelo pude. Ya había oido que una profesora había perdido a su hijo unos meses antes y que desde entonces apenas quería hablar con nadie, ahora sabía quién era.

A veces, es mejor hablar con extraños, dijo, aunque mis compañeros de siempre se portaron muy bien conmigo, hacían mis clases, yo solo les pasaba ejercicios y ellos los entregaban a los alumnos, me taparon más de una falta. Además de todas las desgracias, mi marido quedó en el paro, no podía pedir permisos sin sueldo, el niño estaba hospitalizado. Tengo otro hijo de 16 años que también nos necesitaba, fue una catástrofe, explicó.

Mi hijo supo que iba a morir, le dieron quimioterapia y se le cayó el pelo, además engordó mucho debido a la medicación. Le preguntó al médico que si se estaba muriendo y el médico le contestó que estaba muy malito, que iban a hacer todo lo posible por curarlo. El niño, con solo 10 años, sospechó lo peor, y me pidió hacer la primera comunión, lo tenía organizado con sus amiguitos de clase y no quería morirse sin hacerla. Le prometí que la haría sin saber si llegaría a vivir en esa fecha, pero llegó y la hizo. UN mes después, mi hijo murió. Sentí un dolor tan fuerte que desee morirme yo en ese momento, me atendieron en el mismo hospital, me dieron un antidepresivo tan fuerte que cuando desperté mi niño ya estaba en el tanatorio.

Tras oír aquella historia tan triste, no sabía qué contestar, solo le dije: lo siento en el alma, sé que estarás pasando un auténtico calvario, solo puedo decirte que si te apetece hablar del tema, o de otros temas, aquí me tienes.

Y le pregunté: «¿Cómo haces para llevar el día a día?».

«Mira, vengo a trabajar, le dedico tiempo a mi otro hijo, cuando noto la ausencia de mi niño entro en su habitación y le coloco las cosas, aún tiene regalos de su primera comunión sin abrir, no me atrevo a abrirlos, me duele tanto…».

«Pues no lo hagas -le dije, deja que pase un poco de tiempo y luego tú decides. Haz algo diferente, algo que te sirva de refugio a ese dolor».

«Sí que lo hacemos, mi marido y yo, muchas noches no podemos dormir y cogemos la furgoneta que él tenía para el trabajo y vamos a buscar a la basura muebles y enseres que luego reparamos y decoramos. Algunos nos  quedan muy bien, incluso los hemos llegado a vender a buen precio, así mi marido también tiene ocupada la cabeza. Antes trabajaba de electricista y tiene buenas manos, esta es nuestra válvula de escape. Los dos estamos medicados, mi hijo mayor nos dijo que él también nos necesitaba y estaba vivo, esto fue uno de los motivos que nos hizo reaccionar. Estuvimos yendo a terapias de una asociación, nos lo recomendó un psicólogo, pero fue peor, encontrarme con padres en la misma situación a la nuestra, no nos vino bien y lo dejamos. Lloramos mucho a escondidas de mi hijo mayor hasta que un día en aquel garaje empezamos a reparar un viejo costurero, y así fue como comenzamos, esta es la válvula de escape ante tanto dolor, coger de la calle cosas que nadie quiere, arreglarlas y hacerlas más bonitas. A mi hijo no lo pude reparar…».

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