De oncóloga a paciente
Recuerdo especialmente la carita de pena que se le puso al radiólogo que me confirmó lo que estaba claro ante mis propios ojos, una imagen altamente sospechosa de cáncer de mama en la mamografía que estaba en la pantalla del ordenador. Noté que no encontraba palabras para decírmelo, y yo misma tuve que adelantárselo con un: no te preocupes, José, que ya estoy viendo lo que es”, explica la doctora Ana María Casas, oncóloga médica, especialista en cáncer de mama en el Hospital Universitario Virgen del Rocío de Sevilla, y a quien diagnosticaron esa misma patología hace ahora dos años. Médica de vocación, lleva ejerciendo 40 años y ha atendido a cientos de pacientes; “cada cual con una historia diferente y una vida única”, dice.
Mamografía, revisiones, y el diagnóstico…
“Fue el siete de enero de este 2015, y eran las ocho y cuarto de la mañana cuando recibí una llamada de mi ginecólogo preguntándome si podría verme ese mismo día en su consulta. Como el viernes anterior me había hecho una mamografía, supe que habían encontrado algo, pero no me preocupé. Pasaba rigurosamente mis revisiones ginecológicas anuales, y pensé que si habían encontrado algo no sería grave”, cuenta la doctora Elena Soria, quien ejerce como médica desde hace más de 20 años y trabaja en una clínica de medicina estética y nutrición en Madrid. El diagnóstico precoz es la mejor herramienta para luchar contra esta enfermedad. A través de los programas de cribado con mamografías se pueden diagnosticar los tumores de mama en estadios iniciales en los que hay muchísimas posibilidades de curación. Generalmente, se recomienda realizar mamografías periódicas a partir de los 45-50 años. Cuando Elena salió de la consulta de su ginecólogo aquel mismo día que la llamó, y con la prescripción de todas las pruebas para confirmar un diagnóstico oncológico, llamó por teléfono a su marido. “A él sí le afectó mucho la noticia, porque estuvo tres días en silencio”, dice.
Cuando descubres que estás enferma
En el caso de la oncóloga especialista en cáncer de mama, la doctora Ana Casas, fue ella misma quien descubrió la enfermedad mientras se arreglaba para salir a cenar. Lo descubrió palpando, como lo había descubierto decenas de veces en otros cuerpos. “Cuando me lo toqué intuí claramente que podía ser un cáncer de mama. Tuve una primera ráfaga de tristeza y de miedo pero intenté tranquilizarme y no adelantar acontecimientos, pensando que aún había que confirmarlo con mamografía y biopsia”, cuenta. Aquella noche Ana durmió mal y recuerda haberse “despertado muy triste, como si colgara de mí un peso muy grande del que no iba a poder desprenderme ya. Presentía que nunca más las cosas volverían a ser igual”. Cuando, al día siguiente, un lunes, le hicieron la mamografía y la ecografía, la imagen no daba lugar a dudas: era un cáncer.
El impacto emocional existe, seas médico o no
“La patóloga, que era amiga mía, me llamó por teléfono y me confirmó el diagnóstico”, dice. “Por mucho que seas médico, que sepas de qué va la cosa, o precisamente por eso, es una noticia de un gran impacto emocional. De repente, cobras conciencia de la realidad y de que tu vida, la tuya, tiene un final. El cáncer te hace consciente de tu propia finitud. A partir de ese momento nada volvió a ser igual para mí. Nunca me planteé la enfermedad como un paréntesis. Me planteé la enfermedad como un estado diferente en mi vida, una nueva característica a añadir en mi persona, un estado en el que empiezas a valorar también otras cosas”, manifiesta. “Empecé a quitarme capas de encima y dejaron de tener valor otras cosas que había apreciado hasta entonces y que tienen mucho que ver con la vanidad, con el egocentrismo y con la ambición. El cáncer te hace mucho más auténtica porque te dice entre líneas que lo más importante que puedes perder es tu vida, y no solo porque puedas perderla física- mente sino porque puedes malgastarla en cosas evanescentes y banales. El cáncer te enseña a agradecer lo que tienes”, cuenta.
Normalización ante todo
La noticia sobre su enfermedad se difundió rápidamente en el hospital sevillano donde trabaja la doctora Casas. “Desde el primer momento yo mostré con toda naturalidad mi diagnóstico. ¿Cómo iba a tratar de ocultar algo que permanentemente había intentado normalizar entre mis propias pacientes?”, dice. Entonces, la doctora empezó a recibir mensajes de apoyo de las mujeres enfermas a las que había tratado. “¡Cuánto aprecié aquellos detalles! Me llegaban directamente al alma, porque no eran mensajes por compromiso, eran auténticos mensajes de solidaridad en los que me mostraban su cariño y me recordaban en sus propias palabras lo que en muchas ocasiones yo misma les había ido aconsejando a cada una de ellas”, explica emocionada la oncóloga.
El compartir es una cura de realidad
Sobre su tratamiento, la doctora Ana Casas cuenta que el hecho de pertenecer a la misma unidad de oncología donde le trataron el cáncer, realmente, le hizo sentirse muy bien y muy querida por todos sus compañeros. “Pero, además, aprendí una cosa muy importante, aprendí a compartir la experiencia de la enfermedad, el sillón de quimio en el hospital de día o los paseos por el pasillo de la planta arrastrando el palo del gotero con quienes apenas unas semanas atrás habían sido mis pacientes. Es bien distinta esa situación a la de ir tirando de bata y fonendo, como hasta entonces hacía. Tuve así la oportunidad de ver la enfermedad desde las dos orillas. Toda una cura de realidad”, dice. Para ella, ser médica le ayudó sobre todo a tener más responsabilidad frente a la enfermedad y hacia las personas que la padecían. “Cuando se tiene una situación privilegiada por el conocimiento de la enfermedad pueden suceder dos cosas. Una es que, al tener un mayor ángulo de visión, queden al descubierto los rincones más oscuros de la enfermedad y esto te haga ser pesimista y te deprima. Yo lucho constantemente contra esta faceta que también tengo ahí, la de la amenaza de la recidiva, la tan temida espada de Damocles. Pero procuro hacer aflorar la otra, la de la responsabilidad que te da el conocimiento y su aplicación en beneficio de todas las personas afectadas”, explica.
Creamos Lazos frente al Cáncer de Mama
Por eso, desde finales de 2013, la doctora Casas fundó un club social llamado Creamos Lazos frente al Cáncer de Mama, una asociación que en la actualidad cuenta con casi 300 miembros y cuyo objetivo es “comunicarnos entre nosotras para ayudarnos a vivir mejor la enfermedad, para apoyarnos emocionalmente y transmitirnos las experiencias”.
Comunicar, comunicar y comunicar
Esta asociación sevillana organiza actividades que fomentan la comunicación entre las pacientes según sus afinidades, de carácter cultural y social, como habilidades artísticas, senderismo, mejora del estado físico y espiritual mediante distintas técnicas, etc. Y organizan anualmente durante el mes de octubre una exposición artística que se exhibe en el patio central del Hospital Universitario Virgen del Rocío de Sevilla, donde las autoras son las propias pacientes de la Unidad Integral de Oncología. “Este año hemos elegido el tema ‘Cuerpo y Alma’, porque existe una expresión muy demostrativa de lo que el cuerpo siente a través del arte, una manifestación hacia el exterior de lo que llevas dentro de ti, que a veces no quieres o no puedes expresar con palabras”, dice la doctora Ana Casas, quien además es miembro de la Junta Directiva y coordinadora de Relaciones Institucionales del Grupo SOLTI de Investigación en Cáncer de Mama.
Asimilar el proceso desde otro punto de vista
La doctora Elena Soria también explica cómo su bagaje médico facilitó la asimilación del proceso oncológico como paciente. “Tener que acudir a pruebas, consultas y tratamientos siempre es un fastidio, una nueva realidad que no es agradable. Pero es cierto que los médicos estamos familiarizados con ese nuevo elemento, el de la realidad sanitaria, y podemos adaptarnos más rápido. Hablamos el mismo argot médico y somos unos pacientes activos, al menos, en mi caso”, explica. La doctora Soria fue operada el día 3 de febrero de este año, una intervención de cuadrantectomía. Recibió 15 sesiones de radioterapia en intervalos de 20 días. Y el 23 de abril, recibió su última sesión de braquiterapia (dosis muy altas de radiación localizada donde se reduce la probabilidad de un daño innecesario en los tejidos sanos circundantes), pues previamente, a través de una prueba genética que solo se realiza en Estados Unidos y Holanda, pudieron comprobar que, en su caso, la quimioterapia solo le daría un beneficio del 3%.
Poner palabras a lo que uno siente
Ella, además del tratamiento profesional médico, que siguió rigurosamente, se informó de todos los hábitos de los que ella podía responsabilizarse como paciente activa para sumar en su recuperación. “Alimentación, técnicas de relajación o suplementos”, dice. La doctora describe cómo al final de su tratamiento se encontraba tan cansada debido a los tratamientos que su ánimo decayó muchísimo. “Mi médico creyó conveniente recetarme un medicamento para la depresión. Sin embargo, yo sabía que lo que padecía no era depresión sino astenia del enfermo oncológico, y pude definírselo”, dice.
Paciente «experta»
Según la doctora Ana Casas, “para un médico, enfrentarte en la consulta con una paciente ‘experta’ es un reto importante, más aún si además es compañera directísima, como en mi caso. Espero no ser demasiado pesada o quejica para los profesionales que me están tratando”. En cualquier caso, la situación de conocimiento permite discutir en profundidad las opciones de tratamiento y da una mayor capacidad para transmitir al oncólogo, la doble visión, como paciente y como profesional. La situación de haber estado en las dos orillas del cáncer, la del médico y la del enfermo, “espero redunde en beneficio de las que vienen detrás, es lo que quiero trasladar a las pacientes”, dice.
Gestionar la enfermedad desde la vivencia
De hecho, la doctora Casas organiza desde el 2009, con motivo del Día Internacional del Cáncer de Mama, Foros de Debate en el Hospital Universitario Virgen del Rocío, donde se abordan temas de la máxima actualidad y en los que participan pacientes y profesionales juntos. Ella no dejó su trabajo como oncóloga salvo en los periodos que estuvo afectada por los efectos secundarios de los tratamientos, y “supuso un aliciente muy importante para intentar ayudar a las personas con cáncer; aumentó mi interés por conocer más y mejor los mecanismos y las causas que nos llevan a tener un cáncer, por qué aparecen las metástasis en un momento de la evolución de la enfermedad y cómo controlarlas mejor, evitar las complicaciones, y sobre todo, a expandir este conocimiento”. Su idea siempre ha sido que un paciente bien informado “tiene una mayor capacidad de comunicación con su médico, sabe explicar mejor lo que le pasa, tiene más capacidad de discernir, en definitiva; va a gestionar mejor su propia enfermedad y va a facilitar también que reciba una mejor atención por parte de los profesionales”. La doctora Elena Soria, tras cinco meses de baja, se ha incorporado de nuevo a su trabajo, el pasado 18 de julio. “Cuando apareció la enfermedad tenía muchos proyectos vitales, personales y profesionales, que tuve que aparcar y ahora estoy recuperando. No existe la enfermedad, sino los enfermos, y es importante comunicarse con ellos desde la empatía. Durante todo el proceso estuve animada, y tuve los cuidados de mi marido, mi madre y mi hermana. Al final de los tratamientos estaba muy cansada, tanto que no podía ni andar más de quince minutos seguidos, pero desde hace unos días, por fin, he vuelto al trabajo y estoy muy contenta. Siento confianza y mucha ilusión por la vida”, manifiesta.
La vida no está nunca, para nadie, exenta de amenazas
“La vida no está nunca, para nadie, exenta de amenazas. Todos seremos enfermos algún día. He aprendido que el éxito consiste en ver estas amenazas como un reto para transformarlas en oportunidades y aprender. No sirve de nada lamentarse. Hay que mirar hacia atrás para conocer de dónde vienes, pero tienes que construir tu vida hacia adelante aceptando lo que venga y disfrutando de lo que tienes: tu familia, tus amigos y tu vida en cada momento. Tener un cáncer te da en primer lugar una gran lección de humildad y de fugacidad, te enseña que eres un minúsculo puntito en el Universo, y además, por muy poco tiempo. Ser consciente de esto creo que es la mayor conclusión que he sacado”, dice la doctora Ana Casas.
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