Probablemente, si estás leyendo ahora mismo este artículo y has pasado por el trance de superar un cáncer te sientas totalmente identificada con el titular. Porque son varios los estudios científicos publicados en la última década que constatan que buena parte de los pacientes oncológicos sufre cambios en el gusto (también en el olfato) mientras recibe el tratamiento quimioterápico.
Esta alteración se conoce como disgeusia. Gracias a las miles de papilas gustativas, se perciben y distinguen los distintos sabores de los alimentos, en gran medida, también debido a la conexión con otras sensaciones y otros sentidos como el olfato. Los compuestos químicos de los alimentos se disuelven en la boca y penetran en la misma a través de los poros de la superficie de la lengua, donde entran en contacto con células sensoriales. Cuando un receptor es estimulado por una de las sustancias disueltas, envía impulsos nerviosos al cerebro. La frecuencia con que se repiten los impulsos indica la intensidad del sabor. Pero existen circunstancias que impiden a las personas experimentar y percibir el sabor real de lo que ingieren.
Las causas.
Desde lesiones en la boca, infecciones en el tracto respiratorio alto (catarros) hasta tumores en la boca, el cuello o la cabeza. También determinados tratamientos como la fenitoína (en las crisis epilépticas), la colestiramina (en el colesterol elevado) o el metotrexato, oxaliplatino, cisplatino, antraciclinas, taxanos y otros quimioterápicos tienen este efecto. Incluso el envejecimiento en sí mismo (asociado a deficiencias de ciertos nutrientes, como las vitaminas A y E y minerales como el zinc,) se relaciona igualmente con una alteración o pérdida del sentido del gusto, lo cual tiene un impacto importante sobre la vida de quienes lo sufren.
Paula Jiménez Fonseca, miembro de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) y oncóloga médica del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA), reconoce que, “efectivamente, son muchos los pacientes que lo sufren, aunque pocos consultan por la pérdida de gusto durante sus tratamientos”. Es posible que los alimentos amargos, dulces y salados ahora adquieran un sabor diferente, y algunas personas sienten un gusto metálico o químico en la boca, en especial, después de ingerir carne u otros alimentos con alto contenido proteico. Esta alteración puede persistir un tiempo y es similar a la de la disminución de la sensibilidad en los pies o en las manos causada por algunos agentes antitumorales. “Es un efecto secundario de los tratamientos, al que los médicos damos menos importancia de la que se merece por su frecuencia pero que dificulta la ingesta”, añade.
Como aclara para Revista LVR Laura McLaughlin, profesora de la Universidad de Enfermeras de Saint Louis (EEUU) y autora principal de varias investigaciones realizadas en este campo publicadas en revistas de prestigio (como su último trabajo, recogido en el ‘Clinical Journal of Oncology Nursing’), este efecto se debe a que los quimoterápicos actúan ‘matando’ las células que se reproducen rápidamente, como las tumorales. Las células existentes dentro de la boca, incluida las de la lengua, también se reproducen velozmente y son estas las receptoras de la sensación del gusto. Al ser eliminadas, junto con las malignas, no pueden transmitir al cerebro este sentido hasta que vuelven a crecer. Aunque no en todos los casos, “algunos medicamentos de quimioterapia causan neuropatía (daño en las terminaciones nerviosas). Esta es una posible razón por la cual los cambios del gusto pueden perdurar en algunos pacientes tras finalizar el tratamiento”, detalla Laura McLaughlin.
Es el caso de María Antonia Arriba, de 56 años, víctima de un cáncer de mama hace siete años. “La verdad es que hay ciertos olores durante la ‘quimio’ que te producen náuseas, y eso te impide comer. Era incapaz de abrir el frigorífico porque la mezcla de los alimentos depositados me revolvía el estómago. Todo me olía a cebolla. Tienes a veces una sensación de sabor a metal muy desagradable en la boca. Al finalizar la terapia, algo me quedó de aquellas sensaciones. No he podido volver a comer carnes rojas o el foie, ¡con lo que me gusta! Ni mi estómago ni mi sensación de gusto pueden con estos alimentos”.
Uno de los problemas que más preocupan a los especialistas y que están asociados a la falta de gusto es que este ‘efecto secundario’ puede llevar a la pérdida de apetito, con la consiguiente menor ingesta de alimentos. Un cóctel nocivo para el paciente, que eleva el riesgo de empeorar su estado nutritivo, lo que se asocia a un peor pronóstico de cualquier enfermedad e, incluso, a una ‘pobre’ respuesta al tratamiento, con la consiguiente ralentización en su recuperación. A ello puede sumarse la probabilidad de intoxicación alimentaria si se consume un alimento en mal estado porque no se detecta bien ni su olor ni su sabor.
Por este motivo, los equipos multidisciplinares que atienden a los afectados de enfermedades oncológicas advierten “de la necesidad de ayudarles desde el princi- pio a entender los cambios en sentidos como el gusto o el olfato mientras estén en tratamiento”. “La comprensión de la fisiopatología de estas disfunciones contribuye a que las recomendaciones e intervenciones para paliarlas adquieran un sentido lógico para ellos y sus familiares. Y no sólo esto, sino que también pueden contribuir a desechar ciertos consejos generales que en determinados pacientes no son eficaces. La disgeusia en enfermos oncológicos es un problema complejo y multifactorial. La mayoría de los pacientes está en riesgo de sufrirlo por más de un motivo, de ahí la necesidad de una evaluación individualizada y completa”, concluye el estudio del ‘Clinical Journal of Oncology Nursing’.
Algunos consejos prácticos.
La Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM) en su informe «Tratamiento nutricional en el cuidado integral del paciente» recomienda, entre otras medidas:
- Enjuagar la boca siempre antes y después de las comidas con agua con gas o con un vaso de agua con un poco de bicarbonato (1/2 cucharadita de postre) o sal.
- Cepillar y enjuagar las dentaduras postizas después de cada comida.
- Ambientes tranquilos sin olores intensos.
- Comer despacio.
- Consumir comidas ligeras, en pequeñas dosis, nutritivas y de forma frecuente.
- Flexibilidad en los horarios; comer cuando se tenga hambre.
- Utilizar utensilios de plástico o de cristal si los alimentos tienen un sabor metálico.
- Beber abundantes líquidos (agua, zumos, infusión de manzanilla).
- Servir alimentos fríos o a temperatura ambiente para atenuar gustos y olores intensos.
- Aumentar la condimentación con hierbas aromáticas.
- Suprimir alimentos preferidos durante el tratamiento si estos originan sabores extraños o desagradables.
- Los alimentos a temperatura ambiente o fríos no despiden olor. Por ello, es aconsejable consumir cremas frías, gelatinas, helados o batidos.
- Sustituir carnes rojas o pescados de olor intenso por aves, huevos o lácteos.
- Si también se tiene sequedad de boca, ayuda deshacer cubitos de hielo en la boca, preferentemente, si están elaborados con zumos de frutas.
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