Si las redes sociales me han enseñado algo es que no es fácil aceptar nuestra imagen tras un cáncer. Hace falta mucho valor para hacerse a la idea de que nuestro cuerpo ha cambiado y admitir esta realidad. A muchas mujeres les cuesta desnudarse, mirar sus cicatrices, tocarlas y aún más que se las vean. Para muchas, corresponde a una pérdida de identidad y de su esencia femenina. Nadie puede ponerse en su lugar; es su intimidad, su cuerpo, su historia. Aunque lo podamos percibir de otra manera al pensar lo positivo que es haber superado la enfermedad, a esta persona se le ha robado también una importante parte de ella, que se traduce en una aparente cicatriz.
El tatuaje, parte de la historia
Tatuarse no es una práctica moderna sino milenaria. Ya estaba presente en las sociedades primitivas y durante mucho tiempo se ha asociado a una cierta marginalidad, para convertirse en un fenómeno social que se manifiesta ahora en la piel de muchas personas, sin distinción de sexo o edad.
Paliar la pérdida de feminidad
Nathalie ha necesitado más de tres años para elaborar Quererse tatuada. Realizó una exposición sobre el pecho de las mujeres en 2010 con personas con edades comprendidas entre los 10 y los 95 años, y se quedó impactada por las fotos de diez de ellas, pacientes de cáncer. Desde entonces, tenía en mente realizar algo para ayudar a las mujeres a sentirse mejor, a paliar esta pérdida de feminidad. Sabía que en Estados Unidos algunas asociaciones organizaban sesiones de tatuaje durante el mes rosa. Contactó con mujeres tatuadoras para poner en marcha su proyecto, y en 2016, nació Rose Tattoo. Consiste en tatuar a mujeres con cáncer durante una semana en la Maison Rose de Bordeaux, y hacerlo además gratuitamente. Más adelante, fundó la asociación Les Soeurs d’Encre by Rose Tattoo.
Ella misma empezó a tatuarse hace solo seis años. “Es mucho más que ponerse tinta en la piel”, me cuenta. La sensación obtenida la ha transformado hasta tal punto, que estaba convencida de que podría ser beneficioso para las mujeres que tenían una imagen distorsionada o cambiada de sus cuerpos.
Apoyo de los médicos
Para poder empezar a trabajar, Nathalie tenía muy claro que era muy importante contar con el apoyo de médicos, por el bien de todos. Gracias a la ayuda de un oncólogo y de una cirujana, se ha formado a las tatuadoras para tratar a mujeres con cáncer de mama, estén o no reconstruidas. “Esta presencia médica es fundamental, porque cuando la piel está muy dañada, pueden surgir dudas. El amparo médico nos da una seguridad, aunque nunca podemos tener la certeza al 100 % de que no habrá problemas”, explica. “Tenemos a mujeres que quieren un tatuaje nada más salir de la operación. Nosotros pedimos esperar dos años para que la mujer sepa si quiere o no una reconstrucción y estar segura con su elección. En cualquier caso, siempre pedimos el visto bueno del cirujano u oncólogo”.
Comunicar
Nathalie relata que la comunicación con las mujeres es imprescindible. El oncólogo con quien colabora ha visto los buenos resultados del tatuaje en muchas de sus pacientes. Por esta razón, es favorable a esta técnica. Sin embargo, no todos los oncólogos, cirujanos o médicos son partidarios de
este arte. Para muchos, el tatuaje no tiene sentido. Nathalie añade que muchas mujeres dicen que se les habla siempre de reconstrucción sin saber si ellas están dispuestas a pasar una y otra vez por el quirófano. En este momento de sus vidas, están todavía con la imagen de la enfermedad. Cuando lle- gan a Nathalie y a sus tatuadoras han pasado como mínimo dos años desde este momento. Si su médico les recomienda operarse y no tatuarse ha de ser una toma de decisión íntima.
Por qué una mujer se tatúa
La transformación física es inmensa. “Tras un tatuaje, ya no eres la misma”, me dice Nathalie. En caso de anorexia, por ejemplo, el hecho de tatuarse permite poner una distancia con el cuerpo; la propia imagen cambia. Ya los demás no van a mirar el cuerpo, sino el tattoo. Para la mayoría de las 195 mujeres entrevistadas en el libro, se trata de una ‘reapropiación’ de su cuerpo. Ocurre lo mismo con las personas escarificadas; sus cicatrices, que pueden llamar mucho la atención, no se ven gracias a los tatuajes y así pueden tener una vida ‘normal’. Otro ejemplo es el sobrepeso: llevar un tatuaje permite una cierta liberación, autoriza a enseñar la piel. “Todas las personas tatuadas se ven más guapas”, explica Nathalie Kaïd.
La piel como diario íntimo
El primer paso es elegir correctamente a nuestro tatuador y el estilo del dibujo que queremos. “Muchas mujeres me dicen que su piel es su diario íntimo; el tattoo ocupa el lugar de una foto”, revela Nathalie. Pueden ser eventos felices o dolorosos los que se ven reflejados, recuerdos de viajes
realizados en cada país visitado, etc. “Pocas veces he escuchado que un tatuaje es feo”, confiesa Nathalie, aunque lo sea. Y hay un cierto orgullo en enseñar un tattoo.
¿Una especie de adicción?
Según Nathalie, el tatuaje crea una cierta forma de adicción. Se empieza por una parte del cuerpo pero en muchos casos se extiende según pasa el tiempo. Por otra parte, el dolor existe y eso puede llegar a gustar también. Al final de una sesión, se puede llegar a sentir algo muy liberador porque se
crean muchas endorfinas que dan una sensación de bienestar. Cuanto más nos tatuamos, menos se nota esta sensación, porque el cuerpo tiene memoria y no crea tantas endorfinas. Con lo cual, la sensación de placer desaparece. No todo el cuerpo tiene la misma sensibilidad. Algunas partes del cuerpo como el pecho y el escote duelen muchísimo.
Tatuaje y paso del tiempo
La piel envejece y el dibujo se puede deformar; las carnes pierden su firmeza y el tattoo que en nuestra juventud tenía tanta prestancia puede perder su glamour. Nathalie me contesta que “todos sabemos que el cuerpo envejece, pero es mejor un cuerpo viejo con un tattoo que el mismo sin ningún adorno”. Ella insiste en que el tatuaje con el paso del tiempo sigue siendo muy bonito porque se patina. Advierte que cuando alguien se tatúa siendo muy joven, efectivamente, el tatuaje se mueve, pero siempre se puede retocar, aunque depende del tipo de dibujo y de la parte del cuerpo
implicada. El escote, por ejemplo, es una de las partes que más envejece, cuenta Nathalie, y admite que al empezar su libro había dicho que nunca se iba a tatuar esta parte de su
cuerpo… Pero ahora se lo está haciendo. Lo mismo pasa con sus piernas.
Tatuarse tras una cirugía
En el caso de las mujeres que han pasado por varias cirugías de reconstrucción, la realidad es un poco diferente. Como se les ha recortado mucho tejido, tienen menos sensibilidad en estas zonas. Pero cuando se tocan puntos que están alrededor de la parte tratada, el dolor es intenso. No se suele anestesiar porque endurece los tejidos y la tinta no penetra tan bien, y se podría dañar más fácilmente la piel. Todos estos detalles se deben analizar con la persona que va a ser tatuada. “Un buen tatuador -asegura Nathalie- es alguien que conoce bien el cuerpo y lo va optimizar embelleciéndolo”. En una cicatriz no se puede trabajar de la misma manera que en otra parte del cuerpo virgen de toda herida. El objetivo es esconderla para conseguir que la persona se sienta bien al mirarse. Nathalie describe escenas de mujeres que han llegado al estudio con los hombros encorvados y que tras la sesión han adoptado otra postura, llena de orgullo y de felicidad. Muchas mujeres que soportaban la mirada de
sus parejas solo en la oscuridad han vuelto a encender la luz tras haberse tatuado. Otras se han atrevido a apuntars a sitios de encuentros online. La seguridad en sí misma que implica tatuarse es inmensa.
Elegir el dibujo adecuado
Nathalie nos cuenta que trabaja con 21 tatuadoras, de momento, en la asociación Rose Tattoo (se está incorporando un hombre para tatuar a un paciente de cáncer de mama). En su página de Internet se puede entrar en contacto con cada una de ellas. Generalmente es Nathalie quien contesta y ayuda a resolver las dudas, así como a definir el estilo del dibujo que las personas quieren ver reflejado en su cuerpo. También pide que le manden fotos si tienen algo preciso en mente para que ella pueda pensar cuál de las tatuadoras será la más apta para realizar el trabajo. No todas las profesionales tienen la misma especialidad. Luego, se pide a la clienta una foto de su busto para ver cómo está su piel. A través de estos intercambios de emails y a continuación hablando por teléfono, Nathalie entra en contacto con cada clienta, y nos cuenta que la mayoría busca ayuda porque no aguanta su imagen.
Un renacimiento
Entre la tatuadora y la persona tatuada que ha padecido cáncer se crea una complicidad estrecha llena de momentos emocionantes. No siempre es fácil para la especialista porque la clienta espera mucho del resultado. Y no tiene nada que ver con la realización de otro tipo de tattoo, apostilla Nathalie. La vida de estas mujeres cambia por completo tras haberse tatuado, se sienten más seguras aunque nadie sepa que su pecho lleva un tatuaje. Nathalie nos confirma que para muchas de ellas tatuarse es sinónimo de confianza en sí misma, tanto como puede serlo una reconstrucción, por ejemplo. Muchas mujeres, nos cuenta Nathalie, vienen con el pecho reconstruido pero no acabado. Tienen el volumen pero a veces la simetría es diferente o simplemente no están siempre contentas con el resultado. Prefieren un tattoo o un pezón en 3D a una cicatriz con la que viven mal.
Aceptación de la imagen
Como nos lo acaba de explicar Nathalie, la mayoría de las mujeres que pasan la puerta de la asociación Les Soeurs d’Encre by Rose Tattoo están reconstruidas. Otras tienen una mastectomía asumida (no llevan prótesis que dan volumen), es decir, que están conformes con su imagen sin pecho. En la asociación se reúnen con otras mujeres que no viven tan bien la misma situación y este intercambio les ayuda mucho a aceptarse.
¿Existe algún peligro?
Realizar un tatuaje conlleva un riesgo, como en cualquier intervención en la piel. Las tintas empleadas deben seguir las normas registradas. Además, los riesgos de infecciones son mínimos y la jeringuilla está continuamente desinfectada. Nathalie cuenta con la ayuda del dermatólogo y amante de los tatuajes Nicolas Kluger, de la Universidad de Helsinki (Finlandia). Ha realizado investigaciones sobre las nanopartículas para ver si existía riesgo. Llegó a la conclusión de que no es más peligroso tatuarse que ponerse laca en las uñas o cremas. En todo lo que utilizamos aparecen nano-partículas que pasan al organismo. Pueden llegar a la linfa, efectivamente, pero no se ha demostrado que haya más casos de cáncer en personas tatuadas que en las demás en los últimos 50 años. En algunos casos la tinta puede falsificar los resultados de detección de cáncer de mama. Existe una técnica de inyección en elementos funcionales de los senos que lleva tinta azul y que permite identificar los ganglios linfáticos y los vasos. Los resultados se pueden confundir con la tinta de un tatuaje en mujeres que lo llevan.
Coste y duración
Dependiendo del tatuaje, el precio oscila entre 150 y 250 € la hora, según la complejidad del dibujo. Se necesitan como mínimo tres horas y media para realizar un tattoo, pero en general son cinco horas. Aunque duela, se ejecuta en una sola sesión. En casos excepcionales se efectúa en 48 horas, en personas que no aguantan el dolor.
Con o sin tatuaje, sentirse bien en nuestro cuerpo permite vivir la vida de una forma diferente. Cada mujer debe poder elegir la alternativa que mejor le convenga, con toda libertad y para su bienestar.
Más info en Facebook Soeurs d’Encre by Rose Tattoo
Instagram @soeursdencre @nathaliekaid
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