Cada año, por estas fechas, surge la cuestión de la “dieta del verano” y la respuesta a esta, aparentemente sencilla pregunta, tiene más implicaciones de las que en principio pudiera parecer.
La época estival, coincidente en la mayoría de los casos con horarios más relajados, es una de las mejores para intentar mejorar la composición nutricional de nuestra dieta adaptándola a las recomendaciones de la dieta mediterránea que, de una forma sencilla, pueden resumirse en: utilizar el aceite de oliva como principal grasa de adición; consumir diariamente frutas, verduras, pan y otros alimentos procedentes de cereales (pasta, arroz y especialmente sus productos integrales) o legumbres; moderar el consumo de carnes rojas y procesadas sustituyéndolas por pescados y huevos; promover la ingesta de alimentos poco procesados y favorecer el de alimentos frescos; consumir muy rara vez dulces y pasteles.
Según la Dra. Dolores del Olmo, del servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Universitario Severo Ochoa y miembro del Área de Nutrición de la SEEN, “estos hábitos de alimentación deben mantenerse a lo largo del año, y por lo tanto, cuando se habla de alimentación del verano en términos cuantitativos, no debe diferir de la del resto de épocas del año”.
Podemos afirmar que la dieta mediterránea se ha mostrado como uno de los patrones de alimentación más saludables en cuanto a la prevención de las enfermedades típicas de nuestro tiempo; como la enfermedad cardiovascular, la diabetes y el cáncer.
En cuanto al reparto calórico de nuestra dieta, la Dra. Del Olmo explica que, “debe ser similar independientemente de la estación del año. Desde hace décadas, pero sobre todo a partir del estudio PREDIMED, la comunidad científica acepta como válidos los patrones de alimentación que difieren del típico 15-30-55 (proteínas-grasa-hidratos de carbono) permitiendo ingestas de grasa que superen el 35% del valor calórico total, siempre y cuando la fuente de los lípidos sea mayoritariamente el aceite de oliva”.
Alimentación de acuerdo a las estaciones del año
Por otro lado, la Dra. Del Olmo señala que, “nuestra alimentación, sí debería cambiar de acuerdo a las estaciones del año, promocionando el consumo de los productos que llamamos de temporada”.
Los alimentos de temporada son aquellos cultivados respetando su ciclo natural, es decir, aquellos en los que no se han utilizado procesos que aceleren ni fuercen su crecimiento o maduración. En este sentido, son muchas las razones por las que, desde la comunidad científica, deben de apoyar el consumo de alimentos de temporada, incluyendo motivos de salud, económicos y ecológicos.
La composición nutricional de los alimentos de temporada, “sobre todo de las frutas y las verduras, parece ser distinta en cuanto a vitaminas y minerales. Se sabe que factores como el clima, las condiciones de cultivo, el estado de maduración y el tiempo que el alimento permanece almacenado, puede modificar su composición nutricional. También sus cualidades organolépticas, es decir, su textura, apariencia y sabor, son mucho mejores”, comenta esta experta.
Además de ser más saludables, la Dra. Del Olmo añade que, “los alimentos de temporada suelen ser más económicos. Las cosechas (en frutas y verduras) y el ciclo de reproducción de los animales (en pescados y carnes) permiten que, durante un periodo concreto del año, su disponibilidad en las tiendas sea mayor, por lo que al aumentar la oferta, el precio desciende. Y no solo son más económicos a nivel individual, sino también a nivel mundial, ya que su consumo se asocia a un menor impacto ambiental. Al consumir productos de temporada se facilita que éstos provengan de la actividad agrícola local.”
Los productos locales son aquellos consumidos a distancias cortas y razonables en referencia al lugar de producción. “No siempre los productos locales generan menos impacto que los cultivados a mucha distancia. La presión por proveer frutas y verduras fuera de temporada obliga a países con climas fríos a utilizar invernaderos. Esto puede requerir más energía que el transporte desde zonas con un clima más cálido. Muchos de los alimentos que consumimos viajan entre 2.500 y 4.000 kilómetros antes de ser procesados y embalados para su comercialización en nuestro país”, señala.
Tanto la OMS (Organización Mundial de la Salud) como la FAO (Organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación) recomiendan escoger alimentos frescos de cultivo próximo y de temporada. Y también el decálogo de nuestra dieta mediterránea promueve su utilización. Asimismo, son muchas las páginas de Internet de divulgación nutricional que recogen calendarios con los alimentos de temporada por regiones. El Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, pero también el de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, disponen de este tipo de recursos divulgativos.
Es un hecho que nuestra alimentación, desde el punto de vista cualitativo, cambia durante el verano, según la Dra. Del Olmo, “el calor suele asociarse a la ingesta de alimentos menos calóricos, y preparaciones culinarias más sencillas”. Esta forma de cocinar se asocia además a beneficios nutritivos. Tomar las verduras crudas, por ejemplo, es la mejor forma de aprovechar todas sus vitaminas y minerales”.
De hecho, “una de las dos raciones recomendadas de verduras deberían tomarse en crudo, pero también en invierno. Otras técnicas culinarias como la plancha y el asado permiten utilizar menos grasas y salsas, permitiendo reducir el aporte calórico de los platos proteicos”, concluye la Dra. Del Olmo.
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