Cáncer: La escritura como terapia

Por Paola García Costas

 

Escribir puede ser uno de los medios más eficaces de articular sentimientos no expresados o inexplorados.

“Desde siempre se ha valorado la escritura como una herramienta terapéutica. No en el sentido de solucionar problemas directamente, pero, desde luego, suele ser una buena forma de sacar a la luz lo que llevamos dentro, desahogarnos, aclarar nuestros sentimientos o nuestras dudas, animarnos, conocernos mejor e, incluso, ayudarnos a tomar alguna decisión”, explica Diana P. Morales, profesora de escritura creativa desde hace más de 20 años. “Casi todas las personas que escribimos la usamos de este modo, de una forma u otra, pues es casi inevitable que nuestras preocupaciones, miedos o conflictos aparezcan reflejados en nuestros relatos, poemas o novelas. Y eso ya es fantástico; además de ayudarnos a encontrar nuestros propios temas y a configurar así nuestro propio universo literario particular, nos proporciona alivio o confort”, dice esta autora.

La escritura como medio para expresar sus emociones

La escritura ha sido utilizada como un medio para la expresión emocional a lo largo de los siglos, y para muchas personas parece seguir siendo uno de los medios más eficaces de articular sentimientos no expresados o inexplorados. Pero el objetivo de la escritura terapéutica no es demostrar las habilidades literarias de un individuo. Se trata más bien de expresar, de forma silenciosa pero significativa, todo aquello que no sabemos o no podemos expresar en voz alta.

Escritura terapéutica 

El concepto de escritura terapéutica fue introducido por primera vez por el psicólogo estadounidense Ira Progoff a mediados de los sesenta. Psicoterapeuta practicante, seguidor y discípulo de Carl Jung, Progoff desarrolló lo que llamó el Método del Diario Intensivo, un medio de autoexploración y expresión personal basado en el mantenimiento regular y metódico de un diario estructurado. Además de servir como una herramienta útil para el desarrollo personal y el bienestar emocional, la escritura terapéutica se ha mostrado también eficaz en la recuperación de personas que sufren ciertos problemas de salud mental, como la depresión o trastorno de estrés postraumático.

Cáncer: La escritura como terapia

Foto Jess Bailey (Unsplash)

Diana P. Morales nos propone ejercicios diferentes en los que, de forma consciente, “podemos utilizar la escritura como una herramienta para ayudarnos a superar malos momentos, a conocernos, a tomar decisiones o, simplemente, a crecer. Algunas de estas pueden ser muy animosas; otras pueden traernos recuerdos y hacernos llorar. Todas se convierten en buenos ejercicios para sacar cosas a la luz y aclarar sentimientos”.

La escritura automática 

Esta técnica, inventada a principios del siglo XX por la escritora vanguardista Dorothea Brande, consiste en escribir lo primero que se nos pase por la cabeza. Sin borrar, sin tachar, sin detenernos a pensar. El propósito no es nunca crear una obra literaria, sino dejar fluir las ideas, libremente, sin el freno de nuestro juicio, nuestra moral, nuestra vergüenza o nuestra lógica. Para utilizarla de forma terapéutica debemos tener un problema o un tema en mente que deseemos resolver. Nos sentamos, con un papel y bolígrafo (importante, siempre debe ser escrita a mano) y durante al menos media hora escribimos sin parar. Cualquier cosa que se nos pase por la mente. Si se nos viene la lista de la compra, pues la lista de la compra… Suavemente retornamos al tema que nos preocupa, pero siempre dejando libertad a la asociación de ideas, para que la lógica no interrumpa el camino a una posible solución.

Carta para superar conflictos con otra persona 

Ya sea una persona con la que convivimos a diario, como nuestra pareja o un compañero de trabajo, o personas a las que ya no vemos, o que ni siquiera viven, podemos tener un conflicto sin resolver con ellas que no nos deja avanzar. O que nos tiene de mal humor o tristes. En este caso, la idea no es encontrar soluciones (como el anterior ejercicio) sino simplemente sacar a la luz lo que sentimos, vivirlo plenamente, descubrir qué puede haber debajo (por ejemplo, puedes descubrir que debajo de un gran enfado con la otra persona en realidad hay un temor escondido) e incluso perdonar.

Nadie nos va a leer

Nótese que todo este trabajo es para ti. No se pretende que esta carta se lea a nadie, sino simplemente que nos sirva de ejercicio. Después la puedes guardar, romper, quemar o lo que más gustes. De nuevo, guarda media hora al menos solo para ti y, preferiblemente a mano, empieza a escribir a esa persona lo que sientes. Pero, debe ser en este orden:

  1. Le cuentas por qué estás enfadado. Deja salir toda tu ira, si tienes que decir tacos, hazlo. Cuanto más te sueltes, mejor. Al menos intenta que sean varias frases, pero podría salir un folio entero… Lo que necesites.
  2. Haz lo mismo, pero ahora cuéntale qué es lo que te causa tristeza de esta situación, lo que te hace sentir mal o te ha hecho daño. Aquí ya no se trata de acusar, sino de mirar dentro de ti.
  3. Ahora se trata de contarle los miedos que tienes. Qué es lo que te causa temor de esta situación.
  4. Otro párrafo al menos, en este caso dedicado al arrepentimiento. Incluso en las mejores discusiones o conflictos podemos sentir que hemos metido la pata o hemos dicho algo que no debíamos… o al contrario, que quizá pudimos haber dicho o hecho algo de otra forma. Déjalo salir.
  5. Los párrafos finales se destinarían al amor (de hecho, hay quien llama a este ejercicio la carta del amor). Cuenta aquello que aprecias de la otra persona, lo que te hace o te ha hecho feliz. Aquello por lo que le estás agradecido.

Escribe un relato sobre una anécdota real de tu vida 

El objetivo es revivir alguna anécdota de tu pasado observándola desde la distancia. Se trata de dar nueva luz a alguna anécdota de nuestro pasado, preferiblemente infancia o adolescencia, ya que es cuando se forma la base de nuestra personalidad y nuestro guión de vida. Escribe un relato contando la anécdota que has elegido, pero desde la tercera persona y, además, haz que el personaje protagonista sea totalmente diferente a ti (por ejemplo, puedes cambiarle el género, la edad o algún rasgo importante).

Ponerse en la piel de otro

Aunque haya pasado el tiempo, escribirlo todo desde fuera y desde el punto de vista de otro personaje te va a dar más distancia aún y puedes ver lo sucedido desde otros ángulos. Quizá comprenderás mejor las reacciones de otras personas implicadas, por ejemplo, o te ayudará a comprenderte más a ti y tal vez a perdonarte o a sentir orgullo de cómo eras o cómo eres ahora.

Carta al niño que fuiste  

El objetivo es desahogarse, sentir, perdonarse, aprender a comprenderse y quererse. Varios son los objetivos que se pueden lograr con este ejercicio aparentemente sencillo, que a veces no es tan fácil de llevar a cabo por la emoción que puede llevar consigo. Si lloras mientras escribes, permítetelo.

Arropar a su niño 

Escribe al niño que fuiste: imagina el niño que fuiste, lo que te gustaba de ese niño, lo que te daba pena, de lo que te arrepientes… Escríbele una carta y dile todo lo que sientes. Cuanto más detalles, mejor. Si aparecen nombres concretos, fechas o anécdotas, más rico será y más lo vivirás. Muéstrale tu cariño, tu perdón, tu orgullo.

Mimar al adulto 

En la segunda parte del ejercicio, se hace justo lo contrario: escribe a tu yo adulto desde el niño que fuiste. Vuelve a meterte en la piel de ese niño, recuerda cómo te sentías, qué deseabas, que temías, qué sueños tenías… Y ahora escríbele a tu yo adulto. Aprovecha y que te dé consejos, que te recuerde lo que era importante para ti. Recuerda, después, que ya no eres ese niño indefenso. Ahora eres adulto y muchas de las cosas que te atrapaban o te daban miedo ya no tienen por qué ser reales.

 

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