Por VALÉRIE DANA | Fotografía: CHOMI DELGADO
La vida más allá de Photoshop: entrevista a Yessica
Todos nos hemos sacado una foto en algún momento para, luego, colgarla en redes sociales. Las personas con cáncer – a quienes tendemos a encasillar exclusivamente como pacientes – hacen lo mismo. Muchos de ellos se hacen selfies. A través de eso, cuentan su historia, se desahogan a menudo y reciben apoyo tanto de conocidos como de desconocidos. Pero no todos nos dirigimos a un fotógrafo profesional para que nos retrate cuando lo pasamos mal. Quise hablar con Yessica para descubrir las razones que la llevaron a trabajar con Chomi Delgado. La entrevista se realizó vía Zoom y es a través de la pantalla de mi ordenador que descubrí a una mujer entera, luminosa y amorosa.
Quise hablar con Yessica para descubrir las razones que la llevaron a trabajar con Chomi Delgado (cf. revista primavera-verano 2021). La entrevista se realizó vía Zoom y es a través de la pantalla de mi ordenador que descubrí a una mujer entera, luminosa y amorosa.
¿Por qué recurrir a un fotógrafo? ¿Y por qué específicamente Chomi Delgado?
Llegué a Chomi por mediación de una amiga. En un principio, lo único que quería era una foto de mí sola y otra con toda la gente que me estaba acompañando durante todo este proceso, “mis imprescindibles” como los llamo. Si entras en mi perfil de Instagram, verás que no tengo colgado casi nada. Conté a mi amiga que quería una foto con fondo negro en la cual la luz iba a ser yo. Empezaba a volver a tener pelitos; creo que la autoestima ayuda mucho en estos casos. Cristina, mi amiga, me dijo que Chomi iba a saber cómo conseguir lo que tenía en mente. Quería una foto de mí para mí. Al conocer a Chomi, él me habló del proyecto de Daniela, que me resultó interesante. Las fotos con retoques, preparación en Photoshop, están muy bien, pero la realidad es otra. Me gustó porque así mi hija iba a tener un recuerdo de su madre. Porque en esta vida nunca sabes lo que va a pasar. Aparte de las fotos, iba a tener mi voz, porque las fotos las vamos a tener, pero la voz se olvida. No es algo para tener presente todos los días, pero es algo que quiero que mi hija recuerde, cómo lo estamos haciendo, con orgullo. Sobre todo con orgullo, con orgullo de su madre y de ella. Porque ella es igual de valiente que yo. En su medida, pero igual de valiente. Básicamente fue por eso. Es algo que no se suele ver. La decisión de pasar por todo lo que estoy pasando es mía, solamente mía. Es un mundo desconocido. La gente, cuando padeces esta enfermedad, piensa que tienes la enfermedad, te quedas en casa y al año y medio sales con pelo. Pero no; hay un proceso muy largo detrás y es necesario que la gente lo vea, el que quiera, por supuesto. La vida es mucho más que el Photoshop y las fotos preparadas.
Me hablas de tu voz. ¿No son únicamente fotos, sino audios en tu caso?
Sí. Durante el proceso de expansión, lo pasé mal y se complicó todo. En tres semanas, tuve tres operaciones. Él siempre me dijo que cuando me sintiera mal, le mandase audios. No son muy bonitos porque en algunos lloro, aunque también estos son bonitos al final. En otros hablo maravillas de mi hija, de mi marido.
Entonces Chomi ya no es un fotógrafo, es un psicólogo, un bastón. Es una persona que no te conoce pero con quién puedes hablar. ¿Sientes que no te va a juzgar u opinar como podrían hacerlo tu familia, tus amigos o tu pandilla de “imprescindibles” que, conociéndote, quizá van a poder manejarte mejor, o hacerte callar cuando exageras? Con Chomi, no pasa esto, por lo que creo entender.
Chomi me sorprendió muchísimo porque no le conocía. Lo primero es que me parece una persona con un corazón tre- mendamente enorme. Luego, para él, no tiene que ser fácil enfrentarse a todo eso, teniendo hijos, mujer, familia. Es una persona que entiende perfectamente. Con él, me he abierto a más no poder, porque creo que, para que alguien pueda comprenderlo, los primeros que tenemos que ser sinceros somos nosotros. Si no explicas las cosas como son realmente y no hablas desde el corazón, a la gente le va a costar comprender. La gente no está acostumbrada a que se hable desde el corazón. Con Chomi, hemos llegado a tener un entendimiento, un respeto, una comprensión completamente increíbles. El cirujano le dejó entrar conmigo a la consulta en el último proceso de expansión. Él me decía: “Fíjate tú, Yessica, las primeras fotos que tengo me impactaron muchísimo. Y estas las veo con más normalidad porque tú se la das”. Eso no significa que no sea duro, pero al final, hay que dar normalidad a las cosas y a veces hay que dejarse llevar. Chomi es psicólogo, es fotógrafo; tiene un corazón grande.
Tiene mucha empatía; eso lo cambia todo. ¿Estas sesiones te ayudan psicológicamente a enfrentarte a tu nueva realidad? ¿Te permiten mirarte con más cariño?
Me han aportado las que hemos hecho en la calle. Las que hemos hecho en casa, todavía no las he querido ver.
¿No te sientes preparada?
No, no. A día de hoy me cuesta todavía. Te miras al espejo, claro, y ahora me miro un poquito más, pero desde 2019, mirarme me costaba mucho. Muchísimo. ¿Qué me aporta eso psicológicamente? No lo sé porque no hemos terminado. Tengo muchas cicatrices. Me han quitado piel de la espalda y me la han puesto en la parte delantera con injertos. Verte de no tener pecho a ver cómo la piel da de sí, no es agradable, no te voy engañar. Discutí mucho con la psicooncóloga de la AECC porque me decía que las cicatrices las tenemos que querer. Pero yo no las quiero [se ríe]. No es algo que quiera recordar todos los días de mi vida. Quiero que esté presente y que me acompañe, por eso intento difuminarlo. Cuando todo el mundo está tan volcado contigo y, de repente, te empiezas a recuperar, esta gente desaparece y te sientes un poco solo. ¿Cómo puede ser que eches de menos que la gente te esté encima? Es porque estabas enferma, ¿no? Estas sesiones, ¿que me aportan? No lo sé. Me hacen sentir bien por ahora y creo que nunca es malo que se sepa por todo lo que pasa una mujer. No es para sentirme mujer porque soy mujer. Sino que es para recuperar todo lo que me ha arrebatado esta enfermedad.
¿Qué te ha arrebatado el cáncer?
Sigo siendo femenina, mujer, pero no me siento plena. Necesito volver a ser yo. La enfermedad me ha arrebatado mis pechos, el deporte, poder estar con mi gente, mi trabajo; soy militar y me encanta. Por el tema de mi brazo, no sé lo que va a pasar. Me ha arrebatado muchas cosas. Con lo cual, todo lo que pueda quitarle otra vez, quiero quitárselo. Si no me hubiese reconstruido, verme todos los días en el espejo me iba a recordar lo mal que lo pasé. El proceso es durísimo, pero es el precio que tengo que pagar por difuminarlo.
La enfermedad me ha arrebatado mis pechos, el deporte, el poder estar con mi gente, mi trabajo; soy militar y me encanta
En tu trabajo, ¿te están apoyando? Se suele describir el mundo militar como bastante masculino, sin presencia de muchas mujeres. ¿Te están cuidando?
Sí, desde el minuto uno. Desde el primer momento mis jefes, mis compañeros, todos, no me han dejado atrás en ningún momento. Cuando me recuperé de la radioterapia, entramos en pandemia. Me tuve que separar de mi marido y nos fuimos a Galicia con mi hija, porque él también es militar y tuvo que entrar en los equipos de desinfección de Castilla y León. Todo este tiempo, estuvieron volcados con mi marido, pendiente de él. Cuando he vuelto, pedí volver a trabajar durante unos meses antes de las siguientes operaciones y siempre me dejaron marcar los tiempos. Me quito el sombrero. No digo que todos los militares son como los que tengo la suerte de tener a mi lado, pero sí, es mi caso; desde el primer instante, el teniente coronel me preguntó por lo que necesitaba. Los dos meses que estuve allí, nadie me obligó a nada que no quisiera; podía elegir el horario que me convenía y eso es un lujo. Viendo todo lo que he visto todo este tiempo, para mí, es un lujo. Recuerdo que cuando me operaron en 2019, vinieron todos a verme a la habitación, desde el teniente coronel hasta el último compañero. Mi habitación se llenó durante cinco días a diario. Casi ni me enteré de todo lo que me había pasado. Fue diferente esta vez porque estuve sola con mi marido. Los días son más largos, te entretienes menos, duele mucho, pero si lo valoro todo en general, tengo mucha suerte.
Me acabas de explicar todo lo que ha supuesto para Yessica como mujer padecer un cáncer. Como madre, ¿qué ha significado?
[Se emociona.] ¡Ay! Hubiese dado un brazo para no haberlo pasado y que mi hija no lo pasara. Chomi lo sabe. Te lo digo de verdad. Lo más doloroso para mí es que mi hija con 10 años recibiera esta noticia. [Sigue llorando y me cuesta contener mis lágrimas.] No sabía cómo hacerlo. Todo fue muy poco a poco desde la primera prueba; fue como si estuviera montando mi castillito de naipes y todo se viniera abajo, porque cada vez todo se complicaba. Me la llevé a comer para hablar del tema. Ella sabía que estaba enferma, pero la palabra cáncer no había salido hasta empezar la quimioterapia. Dos semanas antes de la operación, estuvimos almorzando después del cole y le expliqué que estaba malita, que me iba a tomar una medicina y que por su culpa, mi pelo se iba a caer. Allí no me dejó seguir: “No hables más por favor; me estás dando la comida”. Me quedé muerta sin saber qué decir. Insistí explicándole que tenía que estar al corriente de ciertas cosas y ella contestaba que no quería saber nada y se ponía a llorar. Me frustré porque no sabía cómo entrar en su corazón. Mi marido se fue a hablar con ella y ella nos explicó que entendía las cosas y que, si necesitaba más explicaciones, me las iba a pedir.
Como madre, durante la quimio, no he sido yo. Eso me duele. En algunos momentos, me he desquiciado mucho y a veces lo he pagado con ella y con mi marido. Y por muchos perdones que haya pedido, eso me queda. Que ella lo haya pasado mal por culpa de cómo estaba yo…
No tienes la culpa de esto. Tanto ella como tu marido lo entienden perfectamente porque te quieren. Nadie te lo va a echar en cara nunca.
Lo sé, pero es muy duro. Para que te entiendan, tienes que explicar cómo te sientes por dentro y eso es muy complicado. Para mí, las sesiones de quimioterapia fueron lo peor del proceso.
¿La palabra cáncer asusta muchísimo cuando la escuchas? ¿Piensas en lo peor?
Ahora ya no. Pero en el primer momento, sí. Todo estaba preparado para reconstruirme en la primera operación y no se pudo hacer. Allí empezaron mis miedos. ¿Y si me muero?
Gracias a Dios, mi cáncer es hormonal positivo y responde perfectamente a la medicación. He tenido suerte. Estoy pasando este proceso tan duro de vaciado del otro pecho por asegurarme de que por eso no voy a volver a pasar. Daniela, mi hija, ha madurado antes de tiempo. Es una viejoven desde siempre. Va a tener ahora 12 años y es supermadura. Le da normalidad a la enfermedad. Sabe que se puede salir de ella.
¿Cómo ha vivido tu hija la presencia de Chomi?
Ella me animó.
¿Hablaste de ello con tu familia antes de dar el paso?
Sí, porque necesitaba el consentimiento de ambos antes de dejar a Chomi entrar en nuestras vidas. Quique, mi marido, no veía problemas si me hacía sentir bien. Y Daniela me dijo: “Nos va a venir bien. Sí, mamá. Es algo diferente. Y no tiene por qué darte vergüenza porque, como me dices a veces, la vergüenza te quita de cosas muy bonitas”.
Sois una familia muy unida.
Sí. Después de todo lo mal que lo hemos pasado, había dos opciones: mandarlo todo al garete o unirnos más aún. La actitud de mi marido es para quitarse el sombrero. Se lo decía a Chomi en plan gracioso. Tras la operación, con cuatro drenajes, sin poder moverme, decía a mi marido que en su vida me había bajado tanto las bragas. [Nos reímos.]
¿Eres muy positiva?
Intento serlo. Creo que esta enfermedad te cierra puertas, pero abre ventanas. Y hay que aprovecharlas.
¿Has buscado ayuda externa en asociaciones?
En un principio, me dirigí a la AECC de Burgos porque estaba perdida sin saber lo que iba a pasar. Tuve la primera entrevista con la psicóloga, pero no me gustó mucho y me fui. Intenté abrirme con ellos, organizar talleres de maquillaje, de pañuelos, para las pacientes con ellos, pero las sesiones con la psicooncóloga me resultaban surrealistas. Me parecía que éramos mano de obra barata. Y no me gustó. Alguien que ha pasado por un cáncer no es para llevar un carrito para dar zumos. Es para poder aportar lo que ha aprendido, intentar trasladarlo para poder ayudar a alguien. Intenté buscar el hueco donde podía encajar. Mi trabajo es apoyar la calidad de vida de mis compañeros. Quería hacer el curso de voluntariado en hospitales, pero al llegar allí, escuché a la psicóloga explicarnos que íbamos a conocer a mujeres con metástasis. Y nos preguntó qué les íbamos a contestar si nos decían que se iban a morir. La psicóloga nos comentó que ella diría “¿por qué piensas eso, mujer?”. Personalmente, lo primero que yo le diría a esta mujer es “¿has hablado con los médicos?”. Creo que están anclados en el sota, caballo, rey, y de allí no salen. Pienso que deben cumplir objetivos por mes. Y ya está. Y cuando acabas el proceso, te llaman como mano de obra cuando te necesitan para repartir panfletos en los hospitales. Deberían intentar sacar de cada experiencia lo que realmente vaya a hacer bien a otra persona.
¿Entraste en Instagram para buscar apoyo o has pasado por completo?
He sido un poco autodidacta en este sentido. Dios me ha dado suerte, fuerza, lo tengo claro [se ríe]. Durante el proceso de la quimio en el cual me sentía tan mal, intenté hacer ver a los ojos de los demás que estaba bien para que se olvidaran de que estaba mal. Busqué lo que me gustaba hacer: dibujar cuadros, por ejemplo.
¿Te hubiera gustado tener más información cuando te diagnosticaron?
Que no hubiera tenido que buscar yo, sí, claro que sí. También tuve la suerte de tener a una oncóloga muy buena, muy agradable y muy maja, que me explicaba todo muy bien, igual que el cirujano que tengo ahora. Si tiene que decirte algo, te lo dice. Todos los días me envía un mensaje para saber cómo me encuentro. En general, se cierran puertas, pero se abren ventanas. En todo lo malo, he tenido suerte. Dentro de toda esta debacle, soy una afortunada.
¿Qué ha modificado en ti la enfermedad?
Valorar mucho más a las personas que tengo a mi alrededor. El tiempo. Las palabras. El hablar desde el corazón. Lo que no me gusta, decirlo. Y no pasa nada por decir “no” o “no me gusta”. Antes mi vida era una locura. Iba todo tan sumamente rápido que no apreciaba todo lo que tenía a mi alrededor. Ahora, si tengo cinco minutos, son cinco minutos divinos. Hablo con la gente con sentimiento y con corazón. Y si les quieres, se lo dices. Sean cuáles sean, da igual. Si me enfado, pido disculpas. No pasa nada por llorar, por emocionarse. Todo eso he aprendido. Antes, no reparaba en las cosas que tenía al lado. Ahora soy muy happy y todo el mundo me lo dice. La gente no está acostumbrada a que hables desde el corazón, y puedes hacer feliz a alguien con una palabra.
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