¿Por qué un alto porcentaje de las personas que reciben un diagnóstico de cáncer se pregunta qué hizo mal? “Yo que hago deporte, que como bien…”
Sentimiento de culpa tras un diagnóstico de cáncer
Dejemos de culpabilizarnos de algo que no está en nuestra mano. Lo único que conseguiremos es cargar más nuestras espaldas. Y este viaje mejor hacerlo ligero. La culpa es un estado de pelea continua, con el desgaste que ello conlleva. A veces es útil si nos ayuda a corregir o rectificar ciertas actitudes. Pero si no es así, consumiremos nuestra energía, la que, a día de hoy, necesitas para enfrentarte a la enfermedad.
«Dejemos de culpabilizarnos de algo que no está en nuestra mano»
¿De dónde nace la culpa?
Pero ¿de dónde nace esta culpa? Este sentimiento de culpabilidad nace en nuestra niñez junto a la figura paterna/materna. Tenemos la idea de gustar a nuestros padres, de hacer lo que ellos esperan de nosotros. Si nos alejamos de ese modelo, si no somos lo que ellos esperan, surge la culpa. Este sentimiento lo arrastramos a lo largo de la vida. Desprenderse de él no es tarea fácil. Pero en este impasse en el que te ha puesto el cáncer, te recomiendo que hagas un ejercicio para que te liberes de él. Bastante tenemos ya.
Tratarse bien ante todo
Otra cosa no, pero durante este tiempo me he escuchado. Y mucho. Sobre todo presté atención a cómo me hablaba a mí misma. En qué términos. A veces verbalizaba ideas que me hacían sentir culpable. “Tendría que haber hecho más deporte”, “debería haber ido menos estresada”. Uff. El lenguaje. La importancia del decir. Y, como filóloga, de eso entiendo un rato. Entendí que muchas veces me refería a mí con términos de obligación “tengo que”, “debo”, que cargaban en mí muchísima responsabilidad. Intenté corregir la manera de hablarme, para que ese diálogo interior no retroalimentara la autocompasión mal entendida. Intenté no usar término absolutos, de todo o nada. Por ejemplo, “siempre se me olvidan las fechas”, “nunca tengo ganas de hacer nada” y observé que de esta manera el agobio, la culpabilidad, iba disminuyendo. No “siempre” y no “nunca”, sino “a veces, en alguna ocasión”. ¡Cómo cambia la cosa!
«Intenté no usar término absolutos, de todo o nada»
La importancia de las palabras
Se convierte en una práctica muy terapéutica. Entendí que podíamos romper, en la medida de lo posible, esa auto-conversación negativa, que nos aboca a estados de indefensión y donde la culpa se hace un hueco bien rápido. Hablar con nosotros en términos más positivos nos ayudará a gestionar mejor las emociones, a permitirnos sentirlas, sin juzgarlas. Y podremos relativizar y ganar perspectiva.
Recordad que “nuestro peor enemigo somos nosotros mismos”. Procuremos entonces no maltratarnos y querernos un poco cada día más.
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