¿Por qué yo? ¿Qué me va a pasar? ¿No puedo ir al colegio?… Estas y muchas otras más son las preguntas que asaltan a los niños y adolescentes a quienes un buen día se les explica que tienen cáncer.
Resiliencia y cáncer
El enfado, el miedo, la desorientación, la ira, la incertidumbre, la rebeldía son, entre otros muchos, los sentimientos que les desbordan a la vez con la noticia. Pero la mayoría desconoce aún cómo será su vida, su personalidad y su fortaleza interior cuando logren superar el duro trance. Porque ignoran que dentro de ellos reside una virtud, menos frecuente en la población adulta, que les hace diferentes: se llama resiliencia.
Ganas de vivir
Su significado queda perfectamente ilustrado en el testimonio de Beatriz, de 23 años, que ha vencido un Linfoma no Hodgkin y ha compartido su vivencia en la web de la Fundación Josep Carreras. “No, no sabes cómo, una gran fuerza te empuja hacia delante, nos da la fuerza necesaria para enfrentarnos al problema que tenemos delante y plantarle cara, y sacarle la lengua si hace falta. Esto no va a poder conmigo, ni con mis ganas de vivir. Eso es lo más poderoso».
Papel del entorno
«Y nuestro alrededor, nuestra familia y amigos que están incondicionalmente, pase lo que pase, dándonos ánimo, apoyándonos, haciéndonos reír, poniendo su hombro cuando lloramos. Pero esto solo es una mala época que finalmente pasará, y saldremos reforzados y con una perspectiva de vida distinta, donde aprendes a valorar más lo que eres, lo que tienes y lo importante que es no rendirse, que las peores cosas les llegan a las personas más fuertes y que estas son capaces de salir fortalecidas”.
‘Poco’ desgaste psicológico
Tal y como explica Carmen Bragado-Álvarez, profesora titular del Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos-I de la Universidad Complutense de Madrid, en un artículo publicado en Psicooncología: “En contra de lo esperado, los resultados de la investigación acumulados en los últimos 30 años en el marco de la psicooncología pediátrica sugieren que los niños y adolescentes con cáncer afrontan la enfermedad y sus tratamientos con poco desgaste psicológico, y que las alteraciones psicológicas o las disfunciones sociales son más la excepción que la regla y solo afectan a un grupo reducido de ellos”.
Sobreponerse a la enfermedad
Ana Alfonso Tomás, del Departamento de Psicooncología de la Asociación Española Contra el Cáncer, en colaboración con la planta de hematooncología pediátrica del Hospital 12 de Octubre de Madrid, aclara: “De alguna manera, se asume que el cáncer y sus tratamientos generan un gran impacto psicológico negativo por estrés. Pero esto no tiene que ser necesariamente así, al menos una vez sobrepasado el shock inicial del diagnóstico. Cada vez son más los estudios que demuestran que, en los niños, la superación de la enfermedad les hace presentar menos síntomas de síndrome por estrés postraumático y otro tipo de psicopatologías, y ser más resilientes que aquellos que no han pasado por un proceso similar”. Y todo, “entendiendo la resiliencia como la capacidad de sobreponerse a la adversidad, recuperarse y salir fortalecido a pesar de estar expuesto a un estrés psicosocial grave”, apostilla la especialista.
Un reto más en la vida
De la misma opinión se muestra José Luis Carrasco, catedrático de psiquiatría y director de la Unidad de Personalidad y Comportamiento (Orientación familiar y prevención) del Hospital Juan Bravo-Grupo Quirón Salud: “Los niños suelen olvidar y digieren todo fácilmente si el hecho no ha sido traumático. Por ello, hay que evitar la vivencia de catástrofe y promover la visión del paso por la enfermedad como un reto más que hay que superar”. Lo ideal, como explica la doctora Marina Díaz Marsal, directora de la Unidad de Trastornos de la Alimentación del Hospital Clínico de Madrid, es: “Tratar de mantener las rutinas y normalizar la vida en cuanto sea posible, porque ambos son sinónimo de optimismo y futuro”.
Problemas sociales o emocionales
En la otra cara de la moneda se sitúan los menores que sufren una ‘carrera de obstáculos’ tras la enfermedad. Son los niños, como aclara el Instituto Nacional del Cáncer de EE. UU., que experimentan problemas sociales o emocionales tardíos o efectos cognitivos derivados de los tratamientos, como dificultad para memorizar o recordar, aprender o pensar, entre otros.
Estar pendiente de los niños
Pero estos síntomas, por sí solos, no son sinónimo de la posible aparición de un trastorno de salud mental tras pasar un cáncer. “Solo hay que preocuparse cuando se observa un empeoramiento del rendimiento escolar, cambios en el estado de ánimo o en las relaciones interpersonales. En los menores con un ‘aplanamiento afectivo’, con síntomas de retracción, aislamiento y que padecen además insomnio o pesadillas, sí se puede sospechar la existencia de estrés postraumático tras la enfermedad”, apunta el doctor Carrasco. Asimismo, es “importante detectar la posible aparición de trastornos de ansiedad o depresión que, muchas veces, pueden manifestarse con irritabilidad y trastornos de conducta”, apostilla la doctora Díaz Marsal.
Las herramientas de la superación
Afortunadamente, la población infantil y adolescente tiene a su lado no solo la capacidad de superación, sino también, y de forma constante, el apoyo de los profesionales sanitarios, de su familia, amigos y educadores. Un apoyo que se prolonga una vez pasado el duro trance de la enfermedad, porque detrás de este ‘gran bache’ queda otro camino por recorrer: más pruebas, revisiones…
Capacidad de adaptación asombrosa
“La adaptación a la nueva rutina proporciona poco a poco una mayor estabilidad emocional, aunque se producen altos y bajos anímicos. La mayoría de estas alteraciones emocionales suelen ir ligadas al estado clínico del niño y a la incertidumbre de los resultados de las nuevas pruebas. Una incertidumbre, una tensión, que suelen acompañar a los menores y a sus padres durante mucho tiempo. En todo este proceso, determinados factores favorecen o dificultan la adaptación a las nuevas situaciones, como el apoyo de la familia y de los amigos o el establecimiento de una buena relación con el personal del hospital con el que seguirán tratando mucho tiempo. Pero, viendo cada día a estos padres y a sus hijos, nos damos cuenta de la asombrosa capacidad de adaptación del ser humano ante la adversidad y, curiosamente, esta es aún mayor en los más pequeños”, recuerda Ana Alfonso Tomás.
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