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Mi relación con el cáncer comenzó a finales del 2011: comencé a sentirme «rara», con dolores fuertes de oído y de cabeza. Pero nunca les presté atención… Inconscientemente, creemos que estamos ajenos a cualquier enfermedad. Yo tenía una vida llena de logros, tenía una pareja, y me dedicaba a dar clases, era educadora diferencial.

Todo parecía perfecto, no tenía preocupaciones y era bastante autoexigente; muchas veces, una loca trabajólica. Pero un día, de la nada, mi oído izquierdo se paralizó y no volví a escuchar por ahí. Nunca me había pasado, tenía mucho miedo a los doctores y por eso evitaba ir donde ellos; hasta que los dolores me la ganaron y acudí a varios otorrinos. De todos los que vi, ninguno me daba una respuesta, certeza o me indicaba qué hacer ante el dolor. Llegué a conocer a una doctora especialista muy respetada y con mucha experiencia, y me envió a realizarme varios exámenes, entre ellos los de audiometría e impedanciometría, que arrojaban que tenía una hipoacusia de conducción, pérdida de la audición y, además, exceso de líquido en el oído.

La doctora decidió operarme y me instaló unos tubos timpánicos en ambos oídos. Aun cuando estuve anestesiada, fue muy dolorosa la operación; pero cuando salí, pronto comencé a sentirme mal y sentía mi cabeza muy pesada. Los días siguientes me presenté con muchos dolores a la escuela donde trabajaba, y finalmente decidí ir de nuevo a la otorrino y explicarle que me sentía mal, que no me explicaba por qué tenía tanto dolor. Fui donde ella, y aunque evidentemente tenía mi cara hinchada y un dolor muy fuerte en la cabeza, simplemente volvió a darme analgésicos y relajantes musculares.  

Seguí haciendo mi vida normal, pero mis síntomas comenzaron a complicarse más: mi lengua se paralizaba y me costaba mucho hablar; en mi cabeza, además de los dolores, sentía unos ruidos muy fuertes y grandes; mis piernas, en ocasiones se paralizaban, me caía de vez en cuando y perdía la orientación espacial. 

Aunque no quería, decidí ir a un médico general. Me examinó, me hizo una evaluación neurológica y me dijo de inmediato que me hiciera a la mayor brevedad un escáner y exámenes de rutina, y que apenas tuviera los resultados acudiera donde él. 

Quedé impactada, la palabra escáner se hacia muy grande para mí, sentía miedo, no sabía de qué se trataba, hasta que me la hice. La tecnóloga que me hizo el escáner, me dijo: «si veo algo raro en las imágenes, te llamaré de inmediato». Y fue así: al rato de salir del centro médico, me llamó y me preguntó si sabía qué podía ser una mancha grande que había visto detrás de mi ojo. Yo me quedé en silencio, y le dije que debiese haber un error y que yo no tenía nada… 

Los días que siguieron fueron de mucha angustia y de miedo. Recibí el informe médico del escáner y el cd con las imágenes, y quedé impactada: debía realizarme una resonancia magnética para ver hasta donde llegaba el tumor que estaba localizado en el cerebro. Visité al médico, y al revisar mi examen, me dijo: «esto está mal, está muy mal». Después, hizo una breve junta con especialistas y acordaron que lo más probable era operarme de urgencia. Me comentó que ya no debía seguir trabajando, y fue en ese momento en que mi vida dio un giro inmenso. No sabía qué tenía, no entendía por qué debía dejar mi trabajo, no entendía por qué a mí, no sabía cómo explicar a mis padres que tenían una hija enferma en estado grave, y que nunca me di cuenta porque nunca me preocupé por mí. Siempre apoyé a los demás y nunca a mí, nunca había hecho caso a mis dolores… 

Viaje a Santiago de Chile

Viajé a Santiago de Chile. En ese viaje conocí a mi neurocirujano, que me envió a realizarme varios exámenes. Me dijo que se trataba de un tumor cerebral pero que necesitaba saber hasta donde llegaba. Me dijo: «disfruta de estos días porque luego vendrán cambios importantes»; y eso hice. Estaba acompañada de mi hermana y de mi expareja, con el que llevaba seis años de relación y no teníamos hijos. Lloré mucho, y a pesar de todo me sentía muy sola y me culpaba constantemente de no haberme preocupado antes, quizá lo hubiese evitado, no sé…  

Recibí mucho apoyo de todas las personas: amigos, colegas, familia, nunca estuve sola. Cuando me hice por primera vez la resonancia, llore mucho, fueron dos horas que se me hicieron eternas. Mientras estaba ahí, me dije que sería la última vez que lloraría y que todo lo que viniera delante lo iba afrontar, y que esto se iba a terminar muy pronto y volvería a retomar mi vida. A los siguientes días, el doctor me citó para, por fin, entregarme un diagnóstico y decirme qué se haría. Ese día, también entraron en la consulta mi hermana, mi ex pareja y mi tía. 

El neurocirujano colocó el cd de la resonancia, y me mostró mi cerebro y el compromiso que tenía: era algo sorprendente, ¡tenía un tumor enorme! Y fue ahí cuando el doctor me dijo que nunca me debieron haber operado de los oídos porque eso era una secuela del tumor. Sentí un odio enorme, unas ganas terribles de encarar a la otorrina porque nunca me mandó hacer un escáner. ¿Por qué? Pero ya era demasiado tarde, ahora debía preocuparme por mi presente. Ese día llovía mucho, mi tumor parecía una coliflor, el doctor le explicaba a mis acompañantes que al parecer era benigno pero demasiado invasivo: un tumor llamado condrosarcoma, que no todos lo tienen, es un tumor que no deja nada a su paso y que se alimenta de huesos, por eso la parte vestibular yo la tenía perdida. Me dijo que tenía dos alternativas: me sacaba parte del tumor y el resto se radiaba, o sacaba todo de una vez pero quedaría en estado vegetal o moriría. En ese momento, observé a mi hermana: ella lloraba, no sabía qué decir… El doctor me abrazó y me dijo que lo mejor era sacar un poco y lo otro encapsularlo.

Lloré mucho, fue una noticia muy fuerte. Llegó el tan esperado 21 de agosto y, con mucho miedo pero a la vez tranquila, entré a pabellón. La operación duró 7 horas. Desperté y pude reconocer a mi familia, me costaba hablar, todo era más lento; estuve nueve días hospitalizada. Fue difícil porque tuve que aprender a caminar y volver a ser independiente. Mi familia nunca me dejó, y día a día asistía al gimnasio, en donde debía aprender a moverme y lograr finalmente caminar. En septiembre de ese mismo año estuve hospitalizada grave de una disfagia severa, recibía diariamente atención fonoaudiológica. Debía aprender nuevamente a comer y hablar. Todo ese proceso fue lento, pero gracias a todo mi esfuerzo y perseverancia pude lograrlo. 

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En diciembre de 2013 comencé con mi tratamiento de radiación, las primeras veces sentía un miedo muy grande y temor ante lo desconocido. Día a día asistía a tratamiento -las personas que han pasado por ello sabrán lo agotador que es- pero como estamos en una batalla, todo es válido. Terminado ese proceso, me dediqué a recuperar energías: descansé bastante y dormí mucho; seguía en reposo y con licencias médicas porque todavía no estaba apta aún para trabajar.

Han pasado casi tres años de esa, y mi vida nuevamente ha cambiado. Cuando pensaba que todo estaba solucionado, nuevamente este año debí volverme a operar. Tras una serie de síntomas constantes, me volvieron a evaluar; era otra vez portadora de un tumor cancerígeno que estaba totalmente ramificado y tenía que ser extraído a la mayor brevedad. Fue un momento durísimo en mi vida, a diferencia de la operación anterior, esta era aún más compleja de realizar. Pero finalmente, después de 16 horas de intervención, viví. Ha sido un año muy complicado: quedé con varias secuelas, que diariamente son tratadas por especialistas; y claro, yo lucho por salir adelante. Hoy llevo conmigo un parche ocular y una manguera producto de una gastroestomía, que es mediante lo que me alimento.

¿Saben?, a pesar de todo lo que en tan poco tiempo he vivido, creo que renací, y que todo, absolutamente todo lo que me dañaba quedó en el olvido. Hoy en día estoy retirada, no pudiendo ejercer mi labor de profesora, y soltera; haber salido de una relación tan enfermiza me tiene mejor. Sea como sea su diagnóstico, amigas, en esta vida todo depende de nosotras, somos el motor de esta vida y, lo más importante, somos un ejemplo de vida. Que acá todo vale y todo se puede… Sigamos viviendo como si fuera nuestro último día de vida.

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