Dejar la ciudad para llegar a un bosque cuyo único ruido es el de los pájaros transmite una sensación de paz nada más llegar. Estamos en el Cielo de la Vera, en Villanueva de la Vera (Cáceres), y el paisaje enamora. En este entorno tan atractivo empieza mi aventura. Participar en un retiro no es anodino, al menos, es así como lo percibo. Dejar los prejuicios, la vergüenza, puede resultar violento; pero lo que me ha quedado claro durante este fin de semana es que todos, sin excepción, tenemos nuestras heridas, zonas de luz y otras oscuras. Todos buscamos bienestar y tenemos sueños por cumplir.
Gran parte del éxito de un retiro son las personas que componen el grupo. Y la verdad es que he tenido suerte, mucha suerte… Conocía a Susann, la maestra de ceremonia, excelente profesora de yoga, pero a ninguna otra de las 18 personas reunidas. Como en cualquier primera vez, me podía imaginar “cosas”; pero no tenía la menor idea de lo que iba a ocurrir, y como en muchas primeras veces, lo mejor es dejarse llevar sin pensar.
Empezamos a practicar yoga el mismo día de nuestra llegada. No soy experta en la materia ni mucho menos; los demás controlan. Una de las ventajas del yoga es que cada uno hace lo que puede; no se trata de un concurso. Sentir tu cuerpo moverse en medio de las sombras de los árboles y de la luz es una experiencia maravillosa. (La práctica se realiza en una “cabaña” cuyas paredes son acristaladas y dan al bosque directamente). La naturaleza, mi cuerpo y mi mente unidos en un mismo instante. Pasan las horas. Y, poco a poco, los miedos se alejan para disfrutar del momento, de la experiencia. Una comunión entre un grupo de personas que empiezo a conocer un poco -muy poco- pero lo suficiente para percibir emociones. Llega la noche. La última vez que compartí habitación con desconocidos debía tener unos 15 años. Ha pasado el tiempo y me encuentro durmiendo sin que me molesten (bueno, solo un poquito) los ronquidos ajenos. El día siguiente toca meditación y yoga a las 7:30 h. No suelo practicar nada más levantarme sino más bien al final del día, y no sé muy bien si mi cuerpo va a poder aguantar el esfuerzo. La temperatura es baja, la postura de meditación, incómoda… Sin embargo, la sensación de confort es inmensa. Empezar el día con paz hace que comience con buena energía. Nada de móvil, de mensajes, mails y otras noticias que a menudo agreden nada más abrir los ojos. ¿Y quién me impide seguir con esta rutina en casa? Nadie, nada, excepto yo. Buscamos excusas siempre, para todo. Es tan sencillo huir de lo que nos vendría bien, pero cuando no hay escapatoria posible el bienestar que nos aporta vivir el momento presente es indescriptible. A veces, los demás pueden y deben esperar. No podemos estar atentos a los otros si no estamos tranquilos por dentro. Es obvio, todo el mundo lo sabe, pero ¿quién lo cumple?
La práctica se acaba y nos vamos a desayunar hambrientos. La cocina es vegetariana y riquísima. Hasta ahora, me encuentro muy bien, contenta y tranquila. Este retiro tiene su peculiaridad. No solo se practica el yoga, sino también el acroyoga. Acro, de acrobático. La palabra lo dice todo. Esta servidora no es nada aventurera y no me imagino ni un segundo “volando encima de pies ajenos”. Pensaba poder escaparme, pero no ha podido ser. En el momento de pisar el suelo de la sala, dos actitudes se generan: confianza (en mí misma y en los demás) y apoyo (de mis compañeros). Por miedo, hubo posturas que me costaron, pero lo conseguí. Jamás, nunca jamás, hubiera pensado vencer mis miedos, y el resultado es una mezcla de felicidad y orgullo. Y lo mejor de todo, sin duda, estar acompañada de personas tan cariñosas, cercanas y simpáticas.
Prácticas de yoga, comidas, paseos, risas y emociones han dado ritmo a estos tres días. Y alejarme de mi entorno, de mi realidad, del ajetreo del día a día me ha venido muy bien. El bosque me ha recordado mi infancia, y me he emocionado. He escuchado las vivencias y los sueños de mis compañeros, y me he emocionado. Me he dado cuenta de las numerosas barreras que he construido a lo largo de mi vida y que estoy derrumbando poco a poco, y me he emocionado.
Gracias a Susann, Elias, Ana, Mari Carmen, Elena, Raúl, Ismael, María, Carlos, Cándida, Andrés, Jesús, Efi, Veva, Stefano, Jorge, Rosa y Sara, sin olvidar al equipo del Cielo de la Vera.
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