La Dra. Ana Lluch es entrañable, cercana, cariñosa y toda una referencia en cáncer de mama en nuestro país. Ella encarna a la perfección el espíritu que queremos plasmar en esta sección: la cara más humana de la oncólogía. “El día que no llore con mis pacientes, me marcharé”. Es una frase que siempre repite y que sintetiza a la perfección la sensibilidad de esta prestigiosa doctora, quien además de ser jefa del Servicio de Hematología y Oncología Médica del Hospital Clínico Universitario de Valencia, es catedrática de Medicina Interna en la Universidad de Valencia. Aquí, además de conocimientos, enseña a sus alumnos ‘humanidad’.
¿Desde pequeña ya tenía muy claro que iba a estudiar?
Sí, aunque era consciente de la dificultad de poder hacerlo porque la situación económica de mi familia era precaria y necesitaba trabajar cuanto antes para poder ayudar en casa. Finalmente, trabajando durante el día a partir de los 14 años y estudiando el Bachillerato en el régimen de nocturno, pude estudiar, tal y como yo quería.
Su ejemplo pone de manifiesto que quien se esfuerza y lucha con tesón por sus sueños consigue sus metas. ¿Cómo recuerda esa época?
Es cierto que sin esfuerzo no se consigue nada en esta vida, pero no es menos cierto que, cuando no hay recursos económicos, el esfuerzo que hay que hacer es doble. No es lo mismo dedicarte a estudiar a lo largo de todo el día, que el sobresfuerzo de compatibilizar trabajo y estudio. Ahí existe una clara discriminación por razones económicas totalmente inadmisible y que, ahora, con la situación de la crisis que nos han provocado, se vuelve a agudizar.
No obstante, mi experiencia vital, y en consecuencia, mis recuerdos de aquella época son de un nivel de satisfacción enorme, casi de euforia, al ver que finalmente iba a poder conseguir mi objetivo.
Hay muchos médicos que siguen la saga familiar, pero ese no es su caso. ¿Por qué decide estudiar Medicina?
Soy de Bonrepos, un precioso pueblo de la huerta de Valencia, y mis padres eran agricultores. Desde muy pequeña viví la sensación de una insuficiente e inadecuada atención por parte de los médicos de cabecera que nos atendían. Yo pensaba ser médico precisamente para evitar cualquier clase de discriminación por razones sociales o económicas. Quizá en aquel momento no lo hubiera podido expresar con estas mismas palabras, pero ese era mi sentimiento y mi objetivo, y con esa ilusión fui a estudiar Medicina.
En esta decisión, ¿encontró el apoyo familiar?
De entrada, tengo que decir que, dadas las circunstancias económicas, en mi casa esto se vivía como una utopía inalcanzable, pero cuando se fueron dando las circunstancias que lo hicieron posible, tuve todo el apoyo, sobre todo por parte de mi padre, a quien me unía una muy especial relación de cariño.
Excelencia profesional y cercanía con los pacientes. ¿Han sido los dos pilares sobre los que se ha ido forjando su carrera profesional?
Sí, sin duda. Son dos elementos indispensables para poder hacer una buena Medicina. Sin una cualificación, al más alto nivel; sin una permanente puesta al día, de la mano de una investigación que siempre he querido que fuese traslacional, orientada a los pacientes; y sin una gran empatía con ellos, viviendo al máximo su propia experiencia y sentimientos, no es posible hacer una Medicina de calidad.
A ello, añadiría una tercera condición: que sea una Medicina pública y universal, para que no existan discriminaciones por razones sociales, culturales o económicas a la hora de poder recibir un tratamiento adecuado.
He sido testigo del cariño que le demuestran sus pacientes. ¿Qué le aportan como médico?
También lo he expresado en múltiples ocasiones: para mí, mis pacientes son el centro de mi vida profesional, la razón de ser de mi trabajo, tanto en la asistencia como en la investigación. Me han enseñado a vivir la vida con una nueva intensidad y una nueva escala de valores. El coraje con el que afrontan su situación personal y familiar me ha dado mucha fuerza. Les quiero y me siento enormemente querida por ellos.
A lo largo de su carrera, han sido muchas las ocasiones en las que ha tenido que comunicar a una persona que tiene cáncer de mama. ¿Cómo comunica este diagnóstico a sus pacientes?
Con la mayor prudencia y delicadeza posibles. Con el máximo rigor, sin mentirles jamás, pero dosificando la información que la paciente quiere saber, y que intuyo, puede asumir. En la información, procuro darles la máxima esperanza, comunicándoles todos los instrumentos y herramientas que hoy, por fortuna, tenemos a nuestro alcance para avanzar hacia su curación. Es un momento emocionalmente difícil y es importantísimo empatizar con ellas lo máximo posible. Eso les proporciona calma y una gran confianza en que si estamos juntas podemos salir adelante.
¿Cómo reaccionan ellas?
No existe la paciente tipo, como tampoco las personas estándar. Cada uno tenemos una psicología y una manera de reaccionar propia. Pero después del shock inicial, que supone saber que se padece un cáncer, hay que aclararles que hoy esta palabra ya no es sinónimo de muerte más o menos cercana; que el nivel de curación es altísimo y que vamos a luchar de la mano para superar la enfermedad. La inmensa mayoría asume su nueva situación y afronta el reto con una enorme entereza y dignidad.
“El día que no llore con mis pacientes me iré a casa”. Esta frase demuestra su sensibilidad e implicación emocional con sus pacientes. ¿Qué se necesita para implicarse tanto?
Sentir que tu comportamiento, tu compromiso con su situación, e intentar comprender sus sentimientos y circunstancias personales y familiares son vitales para poder ayudarles de verdad. En una palabra: implicarte a tope y sentir como propio su problema. No aceptaría por mi parte cualquier sentimiento de indiferencia hacia su sufrimiento, sus esperanzas e ilusiones, como tampoco no trabajar con todas mis fuerzas para poder acompañarles y ayudarles en su camino.
¿De qué forma influye su vida profesional en su vida personal?
Son absolutamente inseparables. Yo tengo una hermosa familia, formada por mi marido, mis hijos y mis nietos, a los que quiero profundamente y de los que recibo un enorme cariño. Sé que no les he dedicado todo el tiempo, por todo lo que me ha exigido el compromiso con mi profesión, pero no ha sido doloroso, en absoluto. Todos ellos han entendido que eso era lo que había que hacer y me han ayudado a realizarlo sin traumas ni mala conciencia.
¿Por qué un oncólogo que no esté formado en investigación traslacional no puede ser un buen oncólogo?
Sencillamente, porque la investigación avanza a un ritmo rapidísimo, sobre todo desde el descubrimiento del genoma humano. El mejor conocimiento de la biología molecular y las nuevas tecnologías aplicadas a la investigación y al tratamiento de los pacientes han hecho que cambiáramos nuestra forma de diagnosticarlos y tratarlos. Por ello, no nos podemos quedar al margen de todos estos avances, y un hospital que no profundice en la investigación traslacional quedará al margen de los centros de referencia y de excelencia.
Combina investigación y práctica clínica con docencia. ¿Con cuál se queda?
Afortunadamente, no me encuentro con el dilema de tener que escoger entre una u otra. Tanto la investigación como la práctica clínica en la que aplicar sus resultados son esenciales en mi día a día; pero la docencia es fundamental si queremos que las nuevas generaciones de médicos salgan muy bien preparados de nuestras facultades.
Yo diría que una buena formación en Medicina requiere que los docentes estén al día de los últimos avances en investigación, pues las materias generales ya están en los libros de texto. Aunque más allá del conocimiento científico, una de mis mayores preocupaciones en torno a la formación de los nuevos médicos es el aspecto humanitario, que debe presidir nuestra relación con los pacientes. Es un tema que de alguna manera hay que incorporar en el proceso formativo y que supera el ámbito estrictamente de conocimiento de una asignatura como tal. Aquí es donde creo fundamental el testimonio y la capacidad de comunicación del docente con sus alumnos.
El 80% de las pacientes con cáncer de mama se puede curar. ¿Para cuándo el 100% o que quede como una enfermedad crónica?
El cáncer de mama es uno de los que más ha progresado en los últimos años, tanto en el diagnóstico como en las terapias. Hoy sabemos que no es solo una enfermedad, sino muchas distintas, con diferente evolución, pronóstico e incluso distintos tratamientos. Gracias a los avances que se han producido en nuestro conocimiento de la biología del tumor, podemos adaptar tratamientos a la medida de cada paciente y de cada tumor. Hemos cambiado nuestra forma de clasificarlo, e incluso hoy, no todas las pacientes reciben tratamiento con quimioterapia. Sabemos que hay un porcentaje que puede curarse con tratamientos mucho menos agresivos, como es la hormonoterapia, o con tratamientos biológicos dirigidos a alteraciones específicas del tumor y que actúan solo sobre las células tumorales que expresan dicha alteración. Así, tenemos los nuevos tratamientos como son Trastuzumab, Pertuzumab o Lapatinib que se han introducido en los últimos 10-15 años. Todo ello ha hecho que hoy podamos decir que nuestro objetivo en cáncer de mama es cronificarlo, y en más del 85% de los casos, curar esta enfermedad.
Para finalizar, ¿el hecho de ser mujer hace que entienda mejor a sus pacientes?
Es posible que el hecho de ser mujer facilite una mayor capacidad de empatizar con las pacientes, pues se nos atribuye un mayor nivel de sensibilidad en las relaciones humanas, pero no creo que sea determinante. Entender a las pacientes implica, como he comentado, varios aspectos básicos, a mi entender. Pero, sobre todo, exige compromiso con su situación e implicación en las posibles soluciones a aplicar para superarla. Conozco oncólogos hombres con este nivel de implicación. Es más un tema de escala de valores y de la opción de vida profesional que cada uno se plantee.
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