El otro día, me tocó mamografía anual, de la teta que me queda, pues aunque tengo dos, una es postiza. Tuve cáncer de mama y tuvieron que quitármela, y la otra está arreglada, es decir, me practicaron una pexia (elevación). Cuando ya has pasado de los cincuenta, dicen que ciertas cosas del cuerpo se caen, pero mi pecho no lo tengo caído, es lo que tiene haber pasado por esto.
A lo que iba, cuando me toca esta prueba, no lo puedo soportar, me pongo nerviosa, le tengo pánico, y a pesar de eso, cada vez que voy al hospital o al médico siempre me gusta ir muy limpita, escojo un perfume que no sea fuerte, uso un gel dermatológico que me regala mi farmacéutico y amigo, me hidrato la piel con un poco de aceite de baño, de bebés, y procuro depilarme, esos pelitos indiscretos que, en su momento, cuando la quimio, se cayeron junto con mi bonita melena. Y no me importó que se cayeran, y afortunadamente para mí, han salido escasos y sin fuerza, hasta el punto de que solo los quito en verano, de vez en cuando, y siempre que voy al médico, por eso de que me gusta dar buena imagen.
Junto con el ritual de los pelitos también elijo una ropa adecuada, normalmente, pantalón y camisa fáciles de quitar. Me gusta que mi ropa esté limpita… será que soy una maniática… ¡Da igual!, llevo años haciéndolo y no voy a cambiar, y que dure, porque es buena señal.
Esa mañana, ya me levanté con el gusanillo en el estómago ¿Qué irá a pasar?, me decía a mí misma. Y yo misma me contestaba: Lo que Dios quiera.
A las 11 en punto, hora de mi cita, estaba sentada en la sala de espera, esperando (valga la redundancia) ser llamada, y me llamaron. Salió la enfermera, dijo mi nombre y me hizo entrar en un cuartito para que me desnudase de cintura para arriba y luego entrase a la sala donde estaba el aparato exprimidor, porque aunque ya le he perdido el miedo, ese mamógrafo daño hace, y mucho. Al terminar, me mandó, como siempre, que me vistiera y esperase en la sala de afuera hasta que la doctora encargada de revisar las imágenes informara de las mismas. Y ese día volvió a salir la enfermera y me dijo que entrara de nuevo, había algo y quería hacerme una ecografía, es uno de los peores momentos que pasamos las mujeres, ese vuelve a entrar es horroroso; de nuevo al cuartito a quitarte la camisa, y en esos pocos segundos, practiqué todas las técnicas de respiración que me sabía, me consolé a mí misma con eso de: Ya sabes de que va esto… Y entré, me tumbé en la camilla y miré la imagen de la pantalla. No entiendo nada; la doctora me dice que de momento no ve nada muy negro, que tranquila, y se da cuenta de que tengo una cicatriz debido a mi pexia, a mi reconstrucción, que es eso lo que ha visto. Me manda vestirme y me dice que puedo irme; me limpié aquel gel líquido transparente y me vestí lo más rápido que pude. Salí de la sala. Mi acompañante me dijo que si me apetecía tomar algo en la cafetería del hospital.
-Anda, vámonos de aquí que ya tomaremos algo esta tarde, u otro día, le dije.
Yo deseaba salir de allí lo más rápido posible. Me pasa siempre cuando voy al hospital y acabo; no me paro, y ese día, en concreto, menos.
Pero, llegué a casa, yo jamás me hago autoexploraciones, lo saben mis doctores, y si lo hago, me encuentro bultitos por todas partes, de modo que opté por dejarlo al médico, es más, ya os he contado que sin autoxploración hubo una amenaza… mejor no. Y ese día, me dio por tocar y toqué de todo, me asusté.
Tengo la suerte de llevarme bien con mi querido doctor Guerrero, el cirujano que me hizo todas las operaciones, y por la tarde, ahí estaba yo mensajeando con él, contándole mis miedos. Me tranquilizó, me dijo que era un artefacto, me hizo gracia la expresión y el doctor me explicó que se llaman así los restos de grasa que puedan quedar tras la operación, producido por la reconstrucción. Para que me tranquilizara me dijo que fuera al hospital el domingo siguiente que estaba de guardia, y fui. Al entrar, ya estaba enterado de todo lo mío, aun así, me exploró y me dijo que me tranquilizara. Me tranquilicé, a pesar de haber pasado un par de días horrorosos.
Y ahora, más tranquila, me he hecho un regalo, me he comprado un par de vestidos, he vuelto a tener una conversación conmigo sobre eso de que ya sabemos de qué va todo esto, he arreglado mis plantas y he notado que han salido bastantes flores, siempre pienso que las flores traen suerte, y mi hijo me ha dado la sorpresa de haber aprobado su curso de 3º de ingeniería con buenas notas. ¡Ay! Pensar que mi batalla empezó el día que cumplió dos años, y ya va a cumplir 21.
La vida sigue, no hago grandes planes pero me sigo emocionando con las mismas cosas, me conformo con poco que para mí es mucho y sigo aspirando a lo mismo, que es ser feliz, y el tiempo que me queda quiero dedicarlo solo y exclusivamente a mis pequeñas cosas que son muchas y a la gente que quiero, que la quiero mucho y son muchos.
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