Pasar el cáncer es algo que te parte la vida en dos. Te bajas del mundo para pararte en una única estación: ¡ganar! Hay un antes y un después.

En 2010, con 27 años, me diagnosticaron un cáncer de mama agresivo, por lo que el tratamiento fue completo: quimioterapia, mastectomía completa en el pecho derecho y, como refuerzo, radioterapia. Pensé que lo mejor era estructurar la cabeza e ir por fases, paso a paso, ir a por cada tratamiento para acabarlo y empezar con el siguiente.

Para una mujer en edad joven y fértil, como es mi caso, había que salvaguardar mi fertilidad; por ello y otros motivos oncológicos, me provocaron una menopausia durante dos años. Hoy por hoy, pasado el tiempo, os puedo confirmar que fue el tratamiento más duro de todos, por el brusco cambio de cuerpo y mente, además de por su duración. El cuerpo procesa los cambios y llegan los sofocos, cambios en el sueño, la sequedad vaginal, irritación, dolor, las alteraciones emocionales, etc. Además, se suman los aspectos psicológicos, los sentimientos por la pérdida de atractivo físico, el deterioro en la autoestima y la imagen de mí misma. En definitiva, desaparece absolutamente la apetencia sexual; al principio, debido al cansancio y, posteriormente, por los efectos del tratamiento. Esto, vivido en una relación de pareja, no es fácil para ninguno de los dos.

Cuando vives el cáncer en pareja, la enfermedad está en un cuerpo, pero son dos quienes lo sufren, al menos en mi caso. Él nunca se rindió en sacarme una sonrisa a cualquier hora, en mostrarme constantemente que sentía por mí el mismo deseo que antes, sin pelo, sin pecho, sin sonrisas, débil… no importaba, no se cansó de buscarme, aún cuando recibía rechazo, no se cansó de remover mi interior para que renaciera de nuevo.

Llegó un momento en el que decidí que había que hacer “por”, aún sin ganas, aún sin confiar en la posibilidad de hacerle vibrar como antes, a pesar de mi poca autoestima. Poco a poco recuperé ese “yo” que estaba dormido en mi interior, esperando escondido a que la tormenta pasara, así que saqué el chubasquero y ¡abrí bien los ojos! Sabía que cuanto antes recuperara mi vida sexual, antes mi mente se liberaría poco a poco e iría desechando obstáculos en mi cabeza que yo misma me puse y mi pareja me hizo ver. Hablar y expresar tus emociones con tu pareja, cómo te sientes, los miedos… te ayuda a recuperar el camino.

Después de 3 años, mi cuerpo está de nuevo en marcha, volvió la menstruación y, con ello, la normalidad. Poco a poco todo se fue marchando y reestructurando y, aunque continúo sin pecho, hoy me siento de nuevo yo junto a mi pareja, ¡somos un gran equipo! El apoyo de la familia y la fuerza de tu mente son el mejor tratamiento adicional a la medicina.

Cuando sufres esta enfermedad aprendes muchas cosas y cambias tu lista de prioridades, todo es más claro, más simple, más fácil, pero sobre todo aprendes que la felicidad en tu vida depende de la calidad de tus pensamientos.

 

 

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