Cáncer-de-mama

Pues sí, en el año 97 me operaron de cáncer de mama y, lo más duro, fue recibir la noticia.

Llevaba un año con un bultito y no quería reconocer que algo andaba mal, era muy joven, me lo repetía una y mil veces. Tenía miedo de ir al médico, pero un día no pude más, pedí cita, y lo que me temía.

A partir de ahí, mi mundo cambió. Es curioso, han pasado 15 años y lo recuerdo con tristeza, pues no todos los miembros de mi familia o amigos me dieron el apoyo que necesitaba.

Unos no querían creerlo, otros decían que de eso nadie muere; en fin nadie me apoyó, excepto él, mi marido.

Esta vez solo me dieron 33 sesiones de Radioterapia, me quemaron la piel y el alma.

Lo bueno de mi historia es que aprendí a enfrentarme sola a mis problemas.

Lo peor, es que después de creer que esto se había ido para siempre, ha vuelto a aparecer.

La vida te va enseñando a la fuerza, te va dando palos y palos, y yo, que siempre fui soñadora, que nunca me rendí, que nunca me resistí a creer que los sueños no llegan, esperando a que me llamen para esa horrible operación.

Y llegó esa llamada, en Navidad.

Me miré al espejo, desnuda, y sentí que esa sería la última vez que vería mis pechos, eran los míos, ni mejor ni peor que los de otra mujer, los míos, aquellos que habían amantado a mi hijo, los que me habían dado tanto placer.

Recordé aquella vez que tímidamente hice topless en la playa.

Le pregunté a mi chico que si después de aquella operación seguiría queriéndome, ¡menos mal!, solo con mirarle a los ojos me di cuenta de que aún me amaba y que eso no supondría ninguna barrera a  nuestro amor.

Pero, ¿y yo?, mi cuerpo cambió y tenía que empezar a aceptarlo, de nuevo yo sola.

Me negué rotundamente a que me mutilaran. Las ginecólogas decían que era lo mejor, que una mujer no era una teta, que tenía que pensar en mi salud, bla, bla, bla.

Me horrorizaba, tenía miedo. Aquella noche, mi hijo me vio llorar y me preguntó: – ¿Qué te pasa mamá? Me derrumbé y le dije: Van a cortarme un pecho, se fue a su habitación y se encerró. Al rato, llamé a la puerta y entré, mi hijo lloraba como hacía mucho tiempo que no lo había hecho, lo abracé y le prometí que jamás lloraríamos.

Al día siguiente, no sé ni cómo, di con el Doctor Guerrero, cirujano plástico y hombre muy humano, el otro protagonista de mi historia.  Entré asustada a su consulta, acompañada de mi marido, que jamás me dejó. Este doctor me hizo un montón de preguntas, me dijo que me tumbara en una camilla, y salió con una cámara de fotos y un montón de círculos de cartón cogidos por una argolla, los necesitaba para acertar con mi talla de sujetador, aquellos circulitos me recordaron cuando me tomé las medidas de la alianza de boda. Me puso fecha aproximada para la operación y me dijo que me haría una cirugía plástica, que si me quedaba bien, también me arreglaría la otra mama para que ambas estuvieran simétricas, ME DEVOLVIÓ LA SONRISA.

Era casi mediodía y nos fuimos a casa, quería llegar pronto para esperar a mi hijo y contarle que me iban a hacer una cirugía plástica, que podría ponerme mi sujetador y lucir escote.

Es curioso, no había empezado mi lucha y solo me preocupaba por mi estética. En ningún momento pensé que tenía un cáncer en mi pecho, y que era la segunda vez que me pasaba.

Llegó la operación y salió bien, pero se necrosó. Tuvieron que quitarme la prótesis y ponerme un expansor. Así pasé hasta no sé cuántas veces por el quirófano y, entre una y otra, la quimio. Ahí fue donde me di cuenta de la gravedad de esta enfermedad, solo me dieron cuatro ciclos, y lo pasé; me quede sin pelo, y mis huesos también se resintieron.

Y así, batalla a batalla, gané esta guerra. Han pasado dos años y tengo unas tetas preciosas, con dos pezones. Mi teta izquierda, “la malita”, está reconstruida con parte de mi espalda, lo que los médicos llaman la técnica del dorsal ancho, y el pezón también ha sido realizado de la parte interior de mi muslo.  La mama derecha está totalmente simétrica, me siento más femenina, y más mujer porque he aprendido que la vida merece la pena. Aprendí a valorar a aquellas personas que me rodeaban y me rodean; me quedé con unos cuantos amigos, pero buenos, de verdad. Cada día me levanto y me pongo en pie y miro al cielo y doy gracias por tener salud, ni me importa el pasado, ni me importa el futuro, me importa mi vida, mi hijo, que es el mejor regalo que me dio la vida y mi compañero, mi marido, ese que está siempre ahí, a mi lado.

Y con todos ellos está mi doctor favorito, el Doctor Guerrero, mi amigo; y mi oncóloga, la doctora Quiben, que me conoce tan bien que sabe qué es lo que tiene que decirme cada vez que voy a su consulta.

Hoy por hoy solo puedo decir: ¡¡Gracias a la vida!!

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