Cuando me detectaron cáncer -acababa de cumplir 31 años, estaba embarazada de 5 meses y con una niña de 2 años- mi vida se puso patas arriba (como a todas, supongo). Quise hablar con más mujeres que habían padecido la enfermedad que tuvieran niños pequeños, para saber cómo lo afrontaban, pero cada vez que me metía en internet y buscaba un poco, muchas de las historias me parecían tan tristes, o con pronósticos tan malos, que se me ponía un nudo en el estómago y tenía que dejarlo. A mi alrededor tampoco contaba con mujeres que lo hubieran padecido siendo tan jóvenes.
Ahora, después de un diagnóstico terrible, que se volvió menos terrible; un parto «obligado» a los 7 meses para comenzar con el tratamiento; un mes pendiente de un bebé con problemas respiratorios en la unidad de neonatos, mientras recibía la quimio y la radio; y dos operaciones en las piernas -tenía un liposarcoma (un bulto en el muslo)- ya puedo decir que la enfermedad se ha ido y espero que no aparezca ni ella ni ninguna de sus «amigas». Mis cicatrices están visibles en mis bonitas piernas, pero no me avergüenzo, son parte de mí, de mi historia.
Todo el mundo a mi alrededor alaba mi entereza, mi buen humor y como he sabido afrontar los últimos meses de mi vida, pero viendo vuestra revista me doy cuenta que no soy yo, es el poder de superación que tenemos las mujeres dentro de nosotras, sobre todo, cuando hay hijos de por medio.
Me encantaría, contando lo que me ha sucedido, poder llegar a todas aquellas mujeres jóvenes, con niños pequeños, para meterles en vena ese «chute» de optimismo tan necesario, para que, la vida sea menos gris, y más ¡ROSA!
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