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Ya sé que el titular da lugar a malentendidos, es más, lo he puesto a conciencia, porque esta vez voy a hablar de manera más optimista.

Al grano, mi primera vez fue aquella en que tras tocarme un bultito en el pecho tan grande como una almendra, el médico me dijo: tienes un tumor maligno en el pecho de nombre «cáncer», y el apellido, hasta que no te lo quitemos no te lo podremos decir.

Así fue como me lo dijo, y me lo dijo a mí sola, y así fue como se lo conté a mi marido,  tenía 34 años, (hoy tengo 20 más) según los médicos era muy joven y había que atacar la enfermedad por eso mismo, por ser joven.

Yo que estuve un año entero tocándome la almendra aquella, en secreto, teniendo muchas sospechas de que podía ser un cáncer, acerté. En un mes que pasó desde que decidir ir al médico, y tras  las pruebas oportunas que me hicieron,  estaba operada, y bueno, no era malo del todo, me quitaron el tumor y me dieron radioterapia, 33 sesiones.

¿Qué pensaba yo? Mil cosas, recuerdo que las sesiones de esta radioterapia me las dieron en el Hospital 12 de Octubre. La entrada de la sala de radio estaba cerca, muy cerca del tanatorio. Todos los días iba y todos los días había gente llorando en la puerta llorando por la muerte de su familiar o amigo. Un día pensé que si yo me moría no tenía mis cosas preparadas, aquel día, llegué a mi casa y ordené mis armarios. Tiré un montón de ropa y cosas que yo no deseaba que tirase nadie más que yo, Ordené mis libros y apuntes, y seriamente le dije a mi marido que si moría me incineraran y repartieran mis cenizas en unos cuantos lugares que me gustan, a lo que él contestó: vaya coñazo me vas a mandar, está prohibido hacer eso. Yo le decía: lo haces por la noche que nadie te ve, y me mandaba a paseo, (con razón). Cuando acabé me di cuenta de que a lo mejor no me moría pero al menos había ordenado mis cosas, y me reí de mí misma. Al día siguiente, cuando fui al hospital, le dije al médico: que malos sois poner el tanatorio cerca de las salas de oncología,  por si acaso nos morimos, estar más cerca. Me dio la razón y creo que transmitió mi queja a algún superior.  No sé si sigue aquello allí, creo que no. Después de la radio solo sentía temor y mucho miedo cuando me hacían las mamografías. Esta prueba no llegué a superarla hasta ahora, que he repetido 18 años más tarde, se llama RECIDIVA. La recidiva es la reaparición del tumor maligno tras un periodo más o menos largo de ausencia de enfermedad.

He pasado por situaciones, duras, muy duras. El segundo tratamiento fue mucho más fuerte y agresivo para mí que el primero. Aunque la  radio me dejó secuelas bastante fuertes, ahora tengo días de todas las maneras, aun así, creo que hay más días positivos que negativos.

Lo que sí es cierto es que sigo con el armario lleno de cosas por si adelgazo o por si engordo, me sobran unos cuantos papeles en las estanterías, pero he pensado que me da igual. A lo mejor en el invierno, si no tengo otra cosa que hacer, los ordeno pero porque toca, nada más.

Lo mejor de mi vida: mi hijo cumplió 1 año cuando me pasó por primera vez, muchas veces lloraba pensando si me iba a perder algo de su vida. Hoy, mi niño tiene 20 años es universitario, guapo y buen chico. Mi marido, mi fiel escudero, el que ha estado ahí siempre, por eso ya le he dicho que, cuando me muera, quiero estar con él para siempre, y va el tonto y me dice: ¿quieres que compremos ya una tumba? Y me río porque ¿quién sabe dónde está el final?

Y mientras viene ese día, yo me cuido, lloro, río, salgo, soy un poco descarada; lo normal, no quiero convertir mi enfermedad en una tragedia, al menos delante de mi familia.  He aprendido a tener memoria selectiva, aunque reconozco que tengo más los pies en el suelo que antes y que ya no tengo tantos sueños, para mí cada día es una aventura, una sorpresa, mi vida es así ahora. Y que me dure.

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