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Cristina Inés perdió a su hija Martina hace menos de un año. La pequeña tenía año y medio y las dos luchaban juntas contra el cáncer desde hacía algunos meses. «La misma guerra con distinto final», como relata ella misma en su cuenta de Instagram, ‘Mamá se va a la guerra’, donde supera ya los 12.700 seguidores.

Es difícil asomarse a su relato visual, a sus fotos de ausencias y dolor, sin preguntarse de dónde saca la fortaleza para enseñarle el dedo corazón al cáncer cada día (fuck cancer, como suele decir) y seguir hacia adelante. «Levántate, lucha por lo que verdaderamente quieres y cambia lo que no te hace feliz. Rendirse no es una opción», dice en una de sus últimas entradas donde sonríe con su otra hija, Lucía.

Miles de personas comentan y comparten a diario sus imágenes, en las que ella y su pequeña aparecían hasta hace unos meses compartiendo pañuelos de colores y sesiones de quimioterapia en paralelo. Una estrella, una nube y un chupete ya sin dueña le sirvieron a Cristina (29 años) para comunicar la muerte de Martina en Instagram, aunque la pequeña sigue aún muy presente en sus fotografías.

Historias virales

Y es que, como explica a esta revista Lucía González, responsable de Verne (la web de EL PAÍS especializada en internet y redes sociales), «desgraciadamente a todos nos toca sufrir esto de cerca», y aunque hay muchísimas historias virales de pacientes con cáncer, la de Ráez tuvo varios elementos que hicieron de ella «uno de los fenómenos de viralización más bonitos que hemos vivido en España».

En este caso, su constancia en publicar, el hecho de que compartiera detalles de su estado junto con fotos, su toque tan vitalista o el hecho de ser una persona tan joven «ayudaron a que sus seguidores y los medios se quisieran hacer eco de su historia. Tenía un toque especial, una fuerza que hipnotizaba. Era imposible verlo y no darle un like«.

Lara Jiménez (‘Mi vida de colores‘ en Instagram) reconoce que al principio no pensó que aquella cuenta en esta red social que abrió animada por una amiga le fuese a servir de mucho. Pero reconoce que desde que le diagnosticaron un linfoma de Hodgkin en octubre de 2015 («con 22 añitos»), esta manera de comunicarse le ha servido en cierto modo de terapia. En septiembre, acababa de empezar la universidad (Magisterio y Pedagogía), y a su madre le habían diagnosticado un cáncer de mama el año anterior. «El mismo día que me dieron el diagnóstico, mi madre estaba en el hospital de día dándose una sesión de quimioterapia. Para mí fue traumático. Pasé las dos peores semanas de mi vida, porque no quería aceptar que aquello me estaba pasando», nos cuenta ahora, un año después.

«Los médicos me vieron tan abatida que cuando llegó el fin de semana me dijeron ‘vete a casa y vuelves el lunes’. En el coche, me puse a respirar el aire que entraba por la ventanilla y pensé: tengo otra oportunidad para vivir”. Y ese ha sido su lema desde entonces, trasladado con un contagioso optimismo a sus casi 5.000 seguidores de Instagram, a los que ha ido contando poco a poco las 14 sesiones de radioterapia y las 16 de ‘quimio’ repartidas en 14 meses de tratamiento.

Seguidores y amigos

Como en el caso de Cristina, Lara reconoce que compartir sus vivencias con miles de desconocidos le ha permitido hablar con gente en situaciones parecidas a la suya, pero también «con otras personas que aunque no tenían cáncer necesitaban desahogarse, y al ver algunos de mis textos sobre superación personal se han sentido de alguna manera identificadas conmigo o me han pedido consejo…».

Para ella, además, el formato de Instagram le permite cierta libertad que no tendría con un blog. «Me lo han propuesto alguna vez, pero yo no quiero escribir como una obligación, sino a mi ritmo y para ayudar», explica. Como comenta por su parte Lucía González desde Verne, Instagram es una buena herramienta para relatar historias personales con cierta continuidad en el tiempo. «Mientras que en Facebook viralizan mejor historias aisladas. Aunque hay casos excepcionales que logran viralizar bien en todas las plataformas».

Psicología, juventud  y redes sociales  

Historias como las de Pablo, Lara o Cristina, explica por su parte Patrizia Bressanello, psicooncóloga de la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), muestran  la necesidad de compartir la experiencia de un diagnóstico de cáncer en las redes sociales. Sobre todo en el caso de los pacientes más jóvenes, «se debe a una necesidad de construir un grupo de apoyo de jóvenes como ellos que estén pasando por una situación parecida, más que a una necesidad de expresar el proceso emocional que están viviendo, cosa más propia de los adultos».

En la adolescencia y primera juventud, explica esta especialista, se están todavía formando la personalidad y la propia identidad, «es cuando las relaciones de amistad constituyen la base fundamental y cuando ser considerado diferente por el grupo es quizá lo peor que puede ocurrir». 

Un diagnóstico de cáncer a esta edad hace que, necesariamente, el paciente joven se sienta diferente, prosigue Bressanello, «y cuando el joven se da cuenta de que al menos temporalmente ya no es ‘uno más’, puede buscar otro grupo de apoyo que le ayude a sentirse un miembro más». Aunque hasta ahora ese entorno solía ser el propio hospital, hoy en día «es muy frecuente que los adolescentes utilicen para ellos las redes sociales, que constituyen una estupenda oportunidad de poder encontrar ese apoyo tan trascendental».

Una herramienta para relacionarse 

De hecho, Lara confirma que a través de su cuenta de Instagram ha podido contactar con otras pacientes jóvenes como ella, y que incluso mantienen algún grupo de whatsapp para comunicarse. «Cuando te pasa una cosa así te das cuenta de quién está ahí al pie del cañón, de tus amigos, familia… Y yo ahora aprecio mucho más cosas como irme a tomar un café con una amiga que me está regalando su tiempo de vida».

“Yo me abrí Instagram porque me lo sugirió el hijo de una amiga, de 13 años”, relata Cristina por su parte. “Empecé a contar mi día a día en el hospital y enseguida otros pacientes me dijeron que mis vivencias les ayudaban. A veces, la psicóloga me dice que después de las sesiones yo la he ayudado más a ella como persona que ella a mí como paciente. Vas tirando porque no te queda otra, pero la mochila pesa”, concluye.

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