Ficha 2: Toma de conciencia de estados internos
En la ficha anterior hablábamos de las seis emociones básicas, de la importancia de cada una de ellas, de nuestras reacciones al sentirlas, de en qué se distinguían unas de otras para poder identificarlas y en otros detalles… Hay otro elemento que comentábamos, que resulta muy importante y que nos ayuda grandiosamente a la hora de tomar conciencia de lo que sentimos. Si nos ponemos a recordar el artículo, veíamos que cada emoción iba junto con una reacción fisiológica, un pensamiento y una conducta o consecuencia. Pues bien, vamos a adentrarnos en esa unión que existe entre EMOCIÓN-PENSAMIENTO-CONDUCTA.
Parece que existe un hilo que mantiene juntos a nuestro cuerpo y alma, ¿verdad?. Es un hecho verídico, ya que cuando algo sucede en nuestro cuerpo, algo grita o reclama atención desde dentro, y al revés, cuando se rompe nuestro interior, nuestro cuerpo habla y llegamos a encontrarnos mal físicamente. Todo esto es la consecuencia de un proceso muy elaborado y perfeccionado a lo largo de los años, pero del cual no somos conscientes, ya que generalmente, desde que nacemos no nos enseñan a prestarle atención a nuestros estados internos. No te preocupes, estamos a tiempo, nunca es tarde para empezar a estar presentes en este mecanismo.
¿Cómo puedo realizar mi toma de conciencia?
Empezaremos con un ejercicio para que podáis ver cómo funciona este elaborado proceso. No os resultará desconocido lo que vamos a hablar, ya que ahora entenderéis aún con más claridad lo que explicábamos en la ficha anterior.
Recordemos algún acontecimiento que haya ocurrido a lo largo de esta semana, algo que no haya sido agradable para nosotros, como un conflicto o algún hecho que nos disgustara. Por ejemplo:
“Estando en el descanso del trabajo tomando un café con mis compañeros, me enteré de que se fueron a tomar una cañas el viernes pasado y a mí no me avisaron”.
Seguramente, a todos nos habrá ocurrido alguna vez algo parecido. Ahora vamos a analizar punto por punto. Empezamos por las emociones, así que utilizaremos lo aprendido en la ficha del mes pasado, mencionaremos la emoción o emociones básicas que sentimos en ese instante.
¿Qué fue lo que sentiste? “Me sentí triste y también algo enfadado, tenía ira”.
Lo primero que nos saldría decir sería que nos sentimos decepcionados, rechazados o desilusionados, lo cual es correcto. Pero debemos intentar simplemente referirnos a estados más básicos cuando empezamos a hacer este tipo de ejercicios, ya que a veces se puede confundir. Tenemos que pensar como si fuéramos niños. Existen múltiples sensaciones y sentimientos, pero las EMOCIONES en sí son las seis que presentábamos el mes pasado, y para empezar a manejar estados emocionales más elaborados hay que manejar las básicas. En otra ficha hablaremos con más profundidad de este tema.
Lo siguiente que vamos a analizar será el pensamiento que nos rondaba en la cabeza en ese instante. Inevitablemente, siempre estamos pensando en algo, y por tanto, este estado emocional irá acompañado de una frase o idea sólida que aparece de golpe en nuestra mente.
¿Qué pensabas? “Pensaba que no era lo suficientemente bueno para ellos, simpático o agradable, por eso no me habían avisado”.
Como vemos, ya vamos entrando en aspectos más profundos porque nos estamos refiriendo a que no era “suficientemente bueno”. Este pensamiento se construyó a lo largo de los años, desde que somos niños, ya que en esa etapa evolutiva fue cuando nos sentimos por primera vez rechazados. Al no recibir una adecuada educación en este sentido, directamente fuimos cargando “nuestra mochila” con este tipo de pensamientos, aludiendo que si estábamos fuera de un plan o juego era porque no se nos percibía como “adecuados”. Puede ser que aprendiéramos que cuando somos excluidos de un grupo es porque no somos suficientemente valiosos para esas determinadas personas que lo forman. No tiene que ver en realidad solo con esto, múltiples pueden ser las opciones y circunstancias.
Explicábamos también que toda emoción tiene una reacción fisiológica, que registráremos en esta auto-prospección:
¿Recuerdas cómo te sentías corporalmente? “Sentía tensión muscular y que ya no tenía ganas de tomarme el café que había pedido”.
Vemos que el cuerpo habla ante tal emoción y pensamiento, reaccionamos inevitable e involuntariamente a este fenómeno. Pero la cosa no se queda aquí, hemos reaccionado ante un acontecimiento externo, pero aún no hemos actuado. Para todo lo que sucede tenemos una respuesta, por muy pequeña que sea, incluso el no hacer o decir nada también podemos considerarlo una manera de actuar. Por tanto, vamos con la siguiente pregunta que corresponde con lo que estamos comentando.
¿Qué fue lo que hiciste? “No dije nada, y después de unos minutos, en los cuales no paraba de sentirme mal y de darle vueltas a la cabeza, me levanté y me fui”.
En este ejemplo, vemos que la persona ha decidido callarse e irse, sin intentar resolver lo que era para ella un conflicto, pero muchas cosas podrían pasar en realidad, desde empezar a discutir hasta llegar al llanto, cada persona es un mundo.
Ahora bien, ¿qué es lo que ha pasado? ¿Creéis que ha respondido adecuadamente?
Si analizamos el hecho en sí, objetivamente, vemos que unos compañeros de trabajo están haciendo un descanso tomándose todos juntos un café y de repente alguien comenta una anécdota del viernes por la noche, cuando unos cuantos se fueron a tomar una caña. Uno de ellos se siente ofendido porque no le avisaron, hace sus propias conclusiones y discretamente después de unos minutos decide levantarse e irse para volver al trabajo.
Con todo esto quiero decir que lo que le ha ocurrido a esta persona es algo inevitable, en un principio, nos extraña y no nos hace sentirnos bien, pero ha faltado una parte importante de este acontecimiento: Poner a prueba la conducta, es decir, buscar una alternativa diferente y más positiva de la que hubo. En un principio, instintivamente, parece lo adecuado, pero sus efectos a largo plazo no son muy agradables, sobre todo para uno mismo.
Buscar una alternativa positiva
“ Ante estas emociones, sensaciones y pensamientos, mi reacción fue la de huir, ya que al no encontrarme bien, decidí marcharme, pero no pregunté directamente a mis compañeros por qué no me habían avisado, no pude saber realmente el motivo. Sea cuál fuera, no quise enfrentarme o dar paso a una argumentación sobre lo ocurrido, simplemente me callé y no di opción a más. Esto puede ir cargándome de rencores que posiblemente sean infundados, e ir creando una tensión innecesaria en mi día a día laboral. Debería de dirigirme a ellos y preguntar directamente por qué no me avisaron, y una vez me respondan, podré sacar conclusiones. Posiblemente sea por una tontería, yo normalmente los viernes no estoy disponible y debieron de dar por hecho que el pasado viernes tampoco lo estaba. Independientemente, a mí me ha molestado”
La respuesta o conducta que tuvo nuestro protagonista es completamente instintiva, adaptativa e incluso lógica. El hombre primitivo cuando percibía un estímulo que podía ser desagradable o peligroso huía de ello. Nosotros conservamos esta respuesta, la diferencia, como explicaba el mes pasado, es que lo que hoy en día nos provoca miedo, ira o tristeza es más sofisticado que un mamut, nuestro mundo se ha complicado demasiado. La respuesta de huida nos da una sensación de alivio momentáneo, pero, ¿qué pasa después?
Obviamente, el problema permanece, nuestra amenaza ya no es un animal feroz que al ver que su presa huye y no puede alcanzarla se retira. No, esto se mantiene si no se soluciona. Si no nos enfrentamos a esta situación, una vez más estamos lejos de aceptar nuestras emociones. Una vez que nos paramos a pensar, vemos que objetivamente no sabemos el por qué de lo ocurrido, y para eso, la única manera es preguntar, en vez de sacar nuestras propias conclusiones haciendo suposiciones que pueden ser erróneas.
¿Aceptar?
Este ejercicio es muy importante, ya que nos ayuda a identificar todo este entramado de procesos mentales y sensitivos que nunca nos paramos a analizar y que es básico a la hora de resolver conflictos personales. La parte en que ponemos a prueba nuestra conducta nos ayuda a ACEPTAR lo que ha ocurrido y lo que hemos hecho, por tanto, acabaremos poniéndole una solución.
Ahora seguramente os preguntaréis que es eso de “aceptar”. La verdad es que, aunque no lo parezca, el término puede resultar complicado, sobre todo cuando hablamos de aspectos negativos de nuestra vida. Para echaros una mano, yo os diría que lo enfocareis en términos de mención, de reconocimiento, es decir, digamos en alto lo que nos duele, nos irrita, no nos gusta en definitiva de una manera u otra. Reconozcamos lo que nos pasa. Usando nuestro ejemplo:
“Me duele que no me hayan avisado, porque a mí me gusta desconectar después del trabajo con la gente de mi entorno. Me enfada porque me trae malos recuerdos, lo relaciono con experiencia pasadas que no acabaron bien”.
Conclusión: ¿para qué sirve todo esto?
Nunca nos paramos a reflexionar sobre nuestro mundo interior. Al no ser palpable, se le quita importancia, cuando en realidad domina nuestras vidas mucho más de lo que pensamos. Como decía anteriormente, no nos han enseñado esto, si no todo lo contrario.
Realizar este ejercicio es importante y útil porque nos ayuda a EVOLUCIONAR, a convertirnos día a día en una mejor versión de nosotros mismos. Para que esto suceda, tenemos que aprender a observar lo que sentimos, pensamos y hacemos, esa es la única manera de comprendernos, aceptarnos y por tanto llegar a resolver aquellos aspectos de nuestra vida que nos impiden vivirla dignamente y de la mejor manera posible. Nunca va a haber vida perfecta, pero intentemos hacer siempre lo correcto y justo, para eso debemos empezar por nosotros mismos. Me vuelvo a repetir, pero tengo que insistir, esto es importante: La inteligencia y educación emocional es el principio de todo.
Espero que os haya servido de ayuda y que la puesta en práctica sea muy exitosa ☺
¡El mes que viene, más!
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